Tuve un amigo que creía que podía atraer el viento con el
pensamiento, tuve una novia que creía tener una relación especial con el agua y
que podía atraer la lluvia, también leí algo sobre un tal Midas que convertía
en oro todo lo que tocaba, leí un libro
malísimo que decía que atraes lo que piensas, en mi pueblo se cree que las
mariposas nocturnas atraen la muerte, creemos tantas cosas sin hechos, cuando
los hechos más obvios saltan a la vista, como de esa ex novia de la cual podía sentir su deseo estando en otra habitación, o el amor de mis perros, la certeza
de que no podre dormir alguna de estas noches…y la paz instantánea con un toque
de mi madre.
Los niños tienen convicción plena de lo que se imaginan, sin
vulgarizar sus creencias tratando de convencer a otros de que lo que creen es
la verdad, y sin embargo no llegan a ser
de adultos lo que imaginaron, ni a tener lo que soñaron, la fe es un motor que
nos empuja hacia un lugar mal llamado
destino, que casi nunca es lo que esperamos ni en nuestra más pesimista
fantasía.
No hablo de la fe sobrenatural, que merece todo un capítulo
aparte, hablo de la fe como chispa impulsora de cada una de nuestras pequeñas
decisiones diarias, que en su conjunto día a día, semana a semana, mes a mes
hacen la vida que tenemos en el único tiempo indiscutible: Hoy y Ahora.
¿Por qué desde que abrimos los ojos hacemos lo que hacemos? ¿Por
qué levantarnos de la cama? ¿Por qué desayunar o tomar una ducha? ¿Que impulsa a
que dejemos ese lugar maravilloso donde habitan los sueños y embistamos si
ningún propósito este otro lugar mucho menos complaciente?, la fe, la fe pequeña
sobre cada acto.
Fe es el cerrar los ojos con la certeza de volver a
abrirlos, es dar cada paso con la certeza de que se apoyara en suelo firme, fe
es beber agua seguros de que es agua, fe es cada parpadeo, por que nadie ni
nada puede asegurarte jamás si ese micro viaje a la oscuridad será con boleto
de retorno.