Ella lo escucho cantando… su voz y las notas tenues de la
guitarra le llegaron como una leve brisa, deteniendo su mundo, deteniendo su
noche, deteniendo el eco de sus pasos en la acera de piedra.
Había estado caminando con frío, debajo de un vestido tan gastado
y vivido como ella misma, que aferraba su vida a un resto de cigarrillo que la
sostenía entera, pendiendo en la noche de un hilo de humo.
El encanto de aquellas notas y de aquella voz parecían
llamarla, y ella escucho, lo escuchó de verdad… cada tono, cada latido, cada
chirrido de las cuerdas, cada punto de sonido dibujado en la noche…y lo buscó,
pensando con miedo que quizás él termine pronto de cantar, y al dejarlo de
escuchar, ella termine pronto de vivir.
Encaminó sus pasos a donde venía el canto, calle abajo, y se
dejó caer… la brisa musical se convirtió en viento, viento que guió sus pasos
hacia un portal de hierro, que daba a un pequeño patio, con un par de mesas en
las cuales quedaban copas con restos de vino, velas con restos de fuego, y sombras
con restos de conversaciones…
Una puerta con un letrero muy rústico encima, en el cual se
leía a duras penas ¨Máscaras¨ era el límite que quedaba entre ella, él y su
canto, lo que empezó como una brisa de notas en el aire de la noche se
convirtió en un propósito, en una razón para seguir respirando.
Mientras cruzaba el patio con pasos medidos, notó que la
cadencia de la canción que la había llevado hasta ese lugar, anunciaba su
final, apuró el paso para ver a aquel
hombre que supo fundir su canto con la noche, y supo además, con su
música y su voz, darle un ritmo nuevo a su corazón.
El pequeño escenario de aquel lugar estaba en un ambiente
interno, y no podía verse desde la
puerta… el silencio que vino después de unos aplausos dispersos y un ¨Gracias¨
que también sirvió como un ¨Adiós¨ la
arrancó de sus pasos medidos y la transportó casi volando a ver el escenario.
Lo vio de espaldas, apoyando la guitarra en su atril, algo
agachado, su cabello largo y crespo, flanqueaba su rostro, impidiendo ver sus facciones, cabello de un
negro tan intenso como su aroma recóndito a cigarrillo.
Los separaban varias mesas con siluetas de personas que
impedían el paso hasta el escenario… Ella lo miro con intensidad y con
autoridad, exigiendo al menos una mirada que compensara la tortura de aquel
silencio en el que parecía que se había sumergido el mundo sin su voz…y lo
logro, él obedeció a la orden de aquella mirada, sus ojos se cruzaron solo por
unos segundos que para ella fueron suficientes y decisivos… No quería mirar nunca más nada que no sea el
pardo de aquellos ojos.
Él dibujó algo parecido a una sonrisa en su rostro, antes de
desaparecer detrás del telón y desvanecerse en la noche.
De nada le sirvió a ella preguntar entre la gente, a los
meseros o al barista, a cualquiera que pudiera darle un nombre o una dirección
hacia la cual fijar el curso de sus días, con tal de que al final de ellos, estén
esos ojos pardos infinitos… y aquella voz.
Saliendo a la calle por si lo encontraba yéndose, una
pizarra borroneada por la llovizna le dio la explicación inmediata, aunque no
acalló ni las ganas de verlo, ni el silencio abrumador y sin vida desde que
dejó de escucharlo: ¨Jueves de guitarra libre¨
Desde aquella noche pasaron tres, en las que conciliar el
sueño era un esfuerzo inútil, lo mismo que pensar, o hallarle sentido al mundo,
que parecía continuar sin razón, en aquel silencio insoportable sin su voz.
Lo buscaba en cada esquina, en cada café, en cada rostro de
su camino, en cada niño, en cada paloma, en cada hoja de árbol, en cada
respiro…y no lo hallaba, no hallaba ni siquiera una nota musical en el viento, que
abreve como una gota de agua, la sed de su canto.
Trató sin lograrlo, de llenar el silencio de su alma con su
música favorita de siempre… llegar a casa, darse una ducha, prender un
cigarrillo con la toalla aun envuelta en su cuerpo flexible, sentarse abrazando
el espaldar de su silla mirando hacia la ventana de su pequeño departamento, y
saborear cada bocanada de humo mientras sonaban Joaquin o Calamaro, Cornell o Mercury… era la rutina de cierre de
cada día, que solía ser suficiente para ella hasta aquella maldita noche en la
que escucho a ese hermoso desconocido que se metió bajo su piel, tatuándose en
su vida para siempre.
Mientras bajaba las escaleras para salir al mundo, pensaba
que tendría que olvidarlo, en defensa propia, dejar de buscarlo y solo esperar que
la vida siga sin él… En silencio.
Dos vecinas de su edificio charlaban en la puerta, ella no
era dada a escuchar ni a meterse en conversaciones ajenas, así que solo cruzó un saludo cordial a las señoras, y mientras se alejaba un frase llego a sus
oídos, como si hubiera sido dicha para ella y nada más: ¡Ay querida, es que
desde la ventana de mi casa, puede verse el mundo…!
Eso era, no buscaría más, se sentaría cada día en cada
momento posible, a ver a la gente pasar desde la ventana de su departamento,
que tenía vista perfecta a la calle, a solo dos pisos de altura, y desde la
cual, podía verse el mundo, esperando que pasase él, y poder darle un fin a su
silencio, y un inicio a lo que sea que fuera, pero a su lado.
A partir de aquella tarde, dedicó sus mejores horas a mirar
desde la ventana, escudriñando cada rostro, en busca de aquellos ojos pardos en
los que había perdido su alma…miraba cada silueta, cada paso apurado, cada
marcha de regreso a casa, ojos confundidos, ojos tristes, muchos ojos vacíos,
de humanos sin humanidad…muchos ojos brillantes…No se cansaba de buscar ni de
esperar.
Pasó un mes en el que el espaldar de su silla se había
vuelto su lugar de vida, el centro de su búsqueda…podían contarse las horas que
había pasado en ella solo mirando el pequeño montículo de colillas de
cigarrillo desbordando el cenicero puesto a propósito para hacer más tolerable
la espera…y la pesquisa que parecía sin esperanzas.
Algunas caras se volvieron familiares, algunos ojos
conocidos, siempre a la misma hora, con el mismo semblante, y de retorno horas después,
mirando con cansancio el camino de retorno.
Pasó un poco más de un mes, aquella mañana de viernes
pensaba en su nido de vigilancia que quizás estaba loca, que nadie en su sano
juicio haría algo como eso para conocer a alguien, y menos solo por haberlo
escuchado solo unos minutos…pero nada la movía de esa silla, mirando a la calle
desde la ventana, y cada hombre con cabello largo era estudiado con atención especial…si
era crespo, si tenía el cabello negro, si tenía esos ojos pardos de animal de
presa, si tenía ese dibujo de sonrisa…y nada.
La canción que sonaba en el reproductor se detuvo sin razón,
llamando su atención por un momento, la clavija del enchufe no era del todo
segura y se había aflojado, apagando todo el aparato, después de volverlo a
conectar y reiniciar la música volvió a abrazar su espaldar mirando la ventana
y vio una silueta caminado, lo vio de espaldas, con el cabello largo, se
adivinaba un hilo de humo como halo…y en la mano un estuche de guitarra de
cuero gastado, lo vio justo antes de que se pierda después de doblar la
esquina, quizás para siempre…Así que corrió, las escaleras, las tres puertas
que tenía que pasar y los treinta metros de calle que tenía que recorrer parecían
infinitos y su mente corría mucho más rápido que su cuerpo, dobló la esquina y
lo vio caminando con calma, frenó su paso para no sorprenderlo…había pensado
durante todo ese tiempo todo lo que le diría, como iniciaría esa conversación,
las palabras que sabía de memoria y la forma de decirlas, todo imaginado y
repasado mil veces en su mente, en la larga espera de encontrarlo y verlo otra
vez.
Lo tocó por el hombro, él se detuvo y giro para ver, sus
miradas se cruzaron otra vez, el pardo que ella vio a la distancia en aquel
boliche con la atmósfera enrarecida por el humo no se comparaba a la belleza de
verlo a centímetros de distancia…se le encogió el mundo, reduciéndose hasta que
solo entraban ella y él, y no era necesario nada más en absoluto, ni siquiera
las palabras, ambos habían estado buscándose, quizás desde mucho antes de
aquella noche…desde mucho antes de existir.
Y no fue el fin de la búsqueda, fue el principio de todo,
ambos renacieron y se sumergieron en sus ojos, en sus mentes, en sus cuerpos,
en sus vidas, que pasaron a ser una sola…y a ver cada atardecer juntos, él
tocando su guitarra y ella nadando en su música y su voz, mientras fuma un
cigarrillo… mirando al mundo que ya no era necesario, desde la ventana.