-Más bien tú no empujas tan rápido, tu primo
me tiene con el corazón en la boca…jajaja-.
- Que bueno abuelito ¿Pero más bien no
prefiere llegar más rápido?
- No, no hay apuro hijito, no es que vayan a
dejarme sin asiento…jajaja-.
Así bromeaba mi abuelo Hernán la primera
mañana de domingo en la qué lo empujaba en su silla de ruedas llevándolo a la
iglesia.
Había aceptado ese trabajito dominical después
de que uno de mis primos mayores dejara de hacerlo, y con cierta reticencia de
mi parte, ya que si mi abuelo era conocido por algo era por su mal carácter, y
por su seriedad que iba mas allá de lo comprensible. Siempre intimidante para
nosotros los nietos.
Aquélla primera mañana hablamos muy poco, dado
que la caminata desde su casa hasta la iglesia eran solo unas pocas cuadras, y
ya estando ahí él se desenvolvía solo, mi otra labor era devolverlo a casa terminado
el servicio dominical.
Había perdido las piernas por las chapuzas de
un acupuntor de pacotilla al que había recurrido para aliviar una serie de
dolores en las extremidades, producidos por la imbatible diabétes diagnosticada
con muchos años de ventaja para la enfermedad…Y por dolores crónicos producidos
por un incidente en la guerra, del cual casi no se hablaba en la familia, no
que sea un secreto, pero la seriedad legendaria de mi abuelo era un muro
invisible que de manera muy esporádica se animaba uno a querer romper.
Ese respeto casi militar estaba muy cimentado
en mí y en mis hermanos, así que la tarea de empujarlo fue casi una imposición.
El segundo domingo llegue unos minutos tarde a
recogerlo, sin embargo me recibieron él y mi abuelita muy cariñosos. Al salir me
pidió que lo lleve por otra ruta, fuimos por el lado en el que había un parque
lleno de arboles, y muy tranquilo, mi abuelo me pidió dar una vuelta en lugar
de pasar de largo, y así lo hicimos, y empezó a hablarme.
-¿Cómo estas papito? ¿Estás de vacaciones?
-Si abuelito, de la escuela sí, pero conseguí
un trabajo durante la semana, soy mensajero de una imprenta-.
-Ah que bien, es un buen trabajo para empezar…
¿Y cómo te está yendo ahí?-.
-Bien abuelo, no es complicado lo que se hace,
y el jefe es atento y nos enseña, además que puedo ganarme unos pesos-.
- Claro, y el consejo que te puedo dar es que
nunca agarres ni un peso que no sea tuyo. A la gente se la respeta por su
honestidad-.
- Tiene razón abuelito-.
- Y en una imprenta, mira vos caracho, está en
la familia…
Eso lo decía porque mi abuelito fue el primer
prensista de Cochabamba, dueño y fundador
de ´´Imprenta Tunari´´en la cual tengo
mis recuerdos más antiguos de él, muy concentrado parado delante de unos
cuadros iluminados en los que armaba unos bloques con piecitas de metal
llamadas ´´tipos´´, que tenían letras invertidas en sus puntas, para luego
amarrarlas en bloques cuadrados o rectangulares con un cordón duro y blanco y
unirlas a otros bloques que ya había armado, y que en su conjunto eran las
paginas que se imprimirían en el papel, en un trabajo milimétrico que se fue
perdiendo con la modernización y digitalización de las imprentas.
-Y que bien que empieces a trabajar desde tan
joven, eso forja el carácter, solo no descuides tus estudios… Tu mamá era muy
buena trabajadora en la imprenta, honesta y responsable la camba respondona,
por eso se encargaba de abrir y de cerrar ¿Sabias? Así que ustedes deben ser
todos buenos trabajadores.
- Si sé algo, pero no mucho, se que ahí se
conocieron mis papás…
Vimos la hora y al darnos cuenta de que
estábamos atrasados para la iglesia nos apuramos en llegar.
Al devolverlo a la casa al medio día mi
abuelita me regalo unas monedas y un cariñoso gracias.
La condición médica de mi abuelo era delicada,
por una infección persistente que le
había dejado la amputación de ambas piernas debido a gangrena, era un peligro
permanente que la infección regrese más agresiva y el riesgo de gangrena también,
sin embargo en esas cortas charlas o en general no se lo veía decaído o
adolorido, su mirada siempre era firme y altiva, detrás de sus gruesas gafas de
carey, y con su peinado de cabellos gruesos y parados como una brocha , una
mezcla desigual de cabellos negros y canos, y su bigote cosaco, que recordaba
una versión boliviana de Lenin, incluida la seriedad militar.
Habiendo sido muy corpulento y sano en sus
mejores días, y tan resistente a los males, que había combatido sin saberlo a
la carcoma de la diabetes a base de whisky añejo y café negro, que eran
infaltables en sus mañanas y en sus tardes, al igual que sus cigarrillos, tan
incorporados a su imagen y presencia, que el olor a cigarrillo me remite a él
hasta el día de hoy.
El tercer domingo mediante una llamada le
dijeron a mi mamá que mi abuelo no se sentía con fuerzas como para ir a la
iglesia, y me avisarían para el siguiente, durante toda la semana había estado
pensando la mejor forma de preguntarle por su incidente en la guerra, así que
fue decepcionante recibir esa noticia, lo bueno es que se recuperó, y el
siguiente domingo estaba temprano en su puerta para llevarlo a la iglesia, y no
perdería la oportunidad de hacerle esa pregunta.
Lo noté algo pálido, pero no de un modo
exagerado, y más delgado, como si no hubiera podido dormir bien, ojeroso…Me
volvió a pedir llevarlo por la ruta del parque.
-Abuelo, espero no molestarlo con esto, pero
mi papá alguna vez comentó que usted en la guerra recibió un balazo, y sé que
el tratamiento que usted inició en la acupuntura tiene algo que ver con eso… ¿Me
podría contar qué es lo que le pasó?
-Ah hijito, hace mucho que nadie me pregunta
sobre eso caracho, pero no me molesta, lo que me paso en la pierna es eso nada más,
un balazo de los Pilas en la rodilla, la situación que llevo eso es lo
importante…-. Y empezó a contar:
-Mi escuadra y yo nos encontrábamos en un
sector cerca de una laguna, que sabíamos que los pilas la usaban como lugar de
paso, y además para ir a recoger agua, y nosotros también, era increíble lo que
tardaban en llegar las provisiones a las trincheras, así que habían días, a
veces semanas que no teníamos qué comer
o agua para tomar, pero esa laguna salvaba al menos la sed.
Una tarde de esas en las que el calor era
insoportable, estábamos haciendo guardia escondidos detrás de una loma natural
cubierta de matorrales espinosos, y escuchamos unas voces, que susurraban, él
estafeta de avanzada se levanto para
atisbar y vio a una tropa de paraguayos, que hablaban susurrando en guaraní,
nosotros entendíamos algunas palabras por la instrucción que nos dieron, así que
nos dimos cuenta que se disponían a atacar a la guardia atrincherada más
adelante, y era obvio que no nos habían notado, fue cuestión de segundos en los
que nos pusimos de acuerdo, y saliendo de ambos lados de la loma, los
emboscamos y detuvimos sin necesidad de dar ni un solo tiro, los tomamos como
prisioneros de guerra a esos pilas, quince en total, y los llevamos a la
trinchera cercana, donde nos instruyeron llevarlos custodiados a la base más
cercana.
Gracias a esa acción de guerra a mi me ascendieron,
dándome grado de Sargento Primero, que no es un grado alto, pero si más que
soldado raso o cabo, y parte de mis responsabilidades eran exigir algunos
pertrechos y el rancho para mis soldados, la desidia de los oficiales
superiores era increíble y abusiva, llegando a ser más importante que las botas
del capitán estén lustradas antes de que los soldados puedan tener algo para
comer, esta es la razón de que muchos oficiales fueran eliminados por ´´Fuego Amigo´´…
El oficial Roldan, un Teniente Coronel que nos
recibió con los prisioneros en la base me preguntó qué es lo que hacía falta en
las trincheras y yo le di el parte, y se me dio la instrucción que vaya donde
un capitán encargado de la logística de la base, quien se encargaría de darme
lo que había solicitado, y así podríamos regresar a las trincheras de avanzada
en la frontera.
Fui dónde este capitán, que apellidaba Cadima,
y le di el parte de nuestros requerimientos…Primero que no me escuchaba,
actuando como un emperador dueño de las cosas que le pedíamos, y él bien
alimentado, con su uniforme sin rastro de haber tenido ni un contacto con los
espinos o la tierra, botas lustradas y nuevitas y además gordo…Un obtuso y abusivo de primera.
Me dijo de muy mala manera que espere a que le
dé la gana de atenderme…Y así hicimos durante casi una hora en la que el
Capitán no hacía nada, es decir, no estaba ocupado, era como un tendero que no
quería vender, es más, se tomo una cerveza delante de nosotros como si tal
cosa.
Una cosa es estar en la guerra, que de por sí
es una situación insoportable en muchos sentidos, pero había una fuerza que los
soldados llamábamos ´´Espíritu de Cuerpo´´ que nos motivaba, y aguantábamos
dándonos aliento unos a otros… Pero ese tipo de atropellos eran tan constantes
de parte los superiores que iban mas allá de lo tolerable para cualquiera, ya
iba atardecer, y regresar de noche hubiera significado un riesgo enorme para mí
y para mi escuadra, así que le exigí al capitán Cadima que nos de lo que había
requerido, y me respondió diciendo que nada era gratis, que tenía que hacerme
querer…
No pude contener mi indignación y lo mande a
la mierda.
Se puso colorado de bronca y llamo a la Policía
Militar de la base, acusándome de insubordinación, al explicarle los hechos al
Teniente Coronel Roldan, este me dio la razón, pero como también era una falta
de respeto hacia un superior, me degradaron del rango al que recién me habían
ascendido…Luego nos despacharon dándonos solo una parte de los pertrechos
solicitados.
EL problema fue que él capitán Cadima no se
quedó contento con la sanción, y usando sus influencias entre los de su misma
clase y rango, hizo que se me asignara a una escuadra en la que las incursiones
y encuentros con los pilas eran constantes, y no pasó mucho tiempo hasta que
nos encontramos en una balacera contra ellos, no recuerdo bien todo lo que
paso, ¿Es muy confuso sabes? Corres, disparas, no entiendes los gritos de
ningún lado, el ruido de los disparos es tan fuerte que anulan tu capacidad de
entender cualquier cosa o de pensar, y las balas que pasan silbando cerca de ti son
como caricias de la muerte, que llenan de espuma de hielo tus riñones, además
sientes la boca llena de tierra con sabor a pólvora, tan espesa que la puedes
masticar, y tu saliva se vuelve barro…Son solo cuadros sueltos en mi memoria,
como una película en blanco y negro, recuerdo haber sentido un golpe en la
rodilla, pero sin dolor, solo que ya no podía caminar, me caí, y después de
cerrar los ojos en aquella polvareda que quemaba y se sentía crocante en los dientes, quede inconsciente… Desperté
cuando ya había solo silencio y era de noche.
Escuche unas voces susurrando en las cercanías
y al incorporarme note que eran soldados compatriotas, que habían ido a hacer
reconocimiento y estaban revisando si quedaban sobrevivientes, ellos me ayudaron
a llegar a las trincheras y recibir tratamiento, tuve la suerte de que no se me
infectó la herida en el terreno, cosa que era muy común y te mataba en un par
de días debido a la septicemia, además como con todo, tener medicinas para
tratar a los heridos no era una prioridad, ni para los oficiales superiores ni
para el maldito gobierno…Y como era una herida que me imposibilitaba volver a
pelear, me dieron mi baja del servicio y me devolvieron a Cochabamba hijito,
donde me hicieron una operación y me pusieron un tornillo, que es lo que me
molestaba durante todos estos años, así
que en realidad fue una herida que me saco de esa guerra absurda.
-¡Wow! Que terrible abuelo, pero… ¿Porque
escogió hacerse acupuntura en lugar de un doctor normal?
- Nunca me han gustado los matasanos, así que
hice la prueba con las agujas chinas, y a un principio funcionaron bien, tienes
que tener en cuenta que no sabía que tenía diabetes, así que la culpa fue
compartida entre el doctor y yo.
Y bueno, luego de que se me infectara la
primera pierna, y tuvieran que quitármela, fue solo cuestión de tiempo a que
ocurra con la otra…
Lo lleve a la iglesia en silencio, pensando en
lo que significaba haber tenido ese pasado, y volver para recuperarse, formar
una familia con diez hijos, haber fundado y mantenido una imprenta con mucho
prestigio, y haberse mantenido con su misma esposa durante más de 50 años, en
una relación de las que existen cada vez menos, adquirí un nuevo respeto por mi
abuelo Hernán, benemérito de la Guerra del Chaco.
Ese domingo fue el último en el que lo empujé
en su silla de ruedas, el jueves en la noche sufrió un desmayo al atardecer y
aunque se encontraba estable al caer la noche y pudieron recostarlo en su cama,
no volvió a despertar.