lunes, 1 de junio de 2020

LOS PINTORES (Vivencia infantil)

¿Quizás un poco más de negro por aquí, tú crees? Le preguntó Ivan a Alvaro, quien respondió que le parecía muy bien, ambos arrodillados en el piso con sus jardineras de jean azul, manchas de pintura negra en la cara, en la ropa y en las manos, y continuaron su auto impuesto trabajo de pintores.
Más temprano ese día habían estado jugando en el patio, como lo hacían cada tarde, e Ivan descubrió entre los cachivaches acomodados en un rincón del jardín, un pedazo de soga plástica azul, muy gruesa, casi del grosor de sus brazos, el pedazo de soga media un medio metro, y tenía un nudo apretado en medio,  no habían rastro del origen de aquel retazo trenzado, ni su uso, sin embargo la prolífica imaginación del niño vio de inmediato algunas posibilidades divertidas.
La soga estaba algo deshilada en ambas puntas, así que Ivan vio en ella unas sendas brochas de pintor, procurándose con mucho sigilo un cuchillo de la cocina, partió la soga en dos, he hizo dos brochas, una para él y otra para Álvaro, ayudándolo a deshilar un poco la punta para que sea un poco mejor, ambos empezaron a buscar un lienzo para empezar su trabajo, y aunque a un principio no tenían más que su imaginación, cambiaron de color toda la pared del jardín.
Sin embargo Ivan recordó que uno de los amigos de la familia había estado trabajando con pinturas los días pasados, y que seguro alguna lata habría quedado descuidada por ahí, o guardada en algún lugar de la casa, así que empezó la pesquisa, que no tardo en dar resultados, muy cerca de la casa del perro recién pintada, habían varias latas de pintura, casi todas vacías y secas, pero tuvieron la suerte de encontrar una cerrada que tenia sonido liquido adentro.
Con mucho esfuerzo y la ayuda de unos clavos y un destornillador, lograron abrir la lata, que tenía más o menos una mitad llena de brillante pintura negra, con ese olor oleoso y agradable.
Decidieron que pintarían la moto Vespa de su papa, hacia un tiempo que la motito había estado juntando polvo en un rincón del jardín, y su color verde agua hacia mucho que necesitaba un retoque, pues estaba opaco y lleno de grietas.
Además pensaron que su papá quedaría encantado con la motito recién pintada y flamante…Se pusieron manos a la obra.
Notaron que no era nada fácil usar pintura de verdad con sus brochas plásticas de soga, la pintura apenas se untaba, y al pasarla por los carenados de la moto, resbalaba por el polvo acumulado encima, haciendo muy dificultoso el trabajo, que fueron solucionado primero limpiando con sus manos la superficie polvorienta, y luego pintando…Sin embargo tampoco lograban un color solido, la brocha dejaba muchas rayas negras, pero no cubría el verde agua original, no importaba cuantas manos le den a su lienzo, no lograban cubrir más que pequeños pedazos, a modo de lunares borroneados en los guardafangos y laterales de aquella pequeña maquina italiana.
El proceso los cubría de pintura más a ellos que a la moto, en cada inmersión de las brochas manchaban todo a la redonda, el piso, sus pantalones, sus zapatos, sus manos que muchas veces quedaron sumergidas en la pintura junto con la brocha, sus caras y sus cabellos.
Estaban muy absortos en su laborioso trabajo cuando fueron descubiertos por su mamá, quien sospechó por el prolongado silencio que algo no andaba bien con los pequeños rapaces, en la casa un silencio prolongado solo podía significar una travesura épica, y así lo fue, tanto que solo fue opacada por la tremenda azotaina que recibieron los diligentes pintores por su bien intencionada obra de arte pictórico, después de haber sido zambullidos  y refregados a conciencia en agua jabonosa hasta tener de nuevo su color nativo.

Al poco tiempo el papa vendió la pequeña y atigrada Vespa, y de manera paulatina se fue perdiendo en la memorabilia familiar, lo que jamas olvidaron los pequeños Picasso, fue la histórica paliza.

EL ESCARMIENTO (Vivencia infantil)


Después de una siesta cocinándose a fuego lento en sus propios sudores,  por el calor ecuatorial que hace en el trópico chapareño, Ivan, Álvaro y Marcio, aún aturdidos por el empacho maldormido después de almorzar  y por el incesante cambio de turno de los mosquitos carniceros que no daban respiro, despertaron para continuar con su improvisado viaje de vacaciones familiares.
Dormían en la planta alta de una casa de madera construida con un falso piso bajo, como planta baja para las inundaciones y para protegerse de las fieras del trópico, con palos de palmeras usados de pilotes y de pared, con un primer piso de madera abierto a los cuatro lados, al que se llegaba por una escalera que era un tronco bruto, al que se le habían sacado muescas a machete limpio cada tantos centímetros, con un techo de dos aguas hecho de hojas de palmera, de cuyos costillares se colgaban los mosquiteros encima de los colchones de paja, y con la luz de una lámpara que funcionaba con una garrafa de cocina.
 Erasmo era el dueño de la casa, fuerte campesino, más moreno por el pincél del sol que por nacimiento y con una sonrisa en la que el oro había reemplazado a los dientes, curtido por el trabajo en esas  tierras y experto en sus secretos, se encontraba descansando sentado en uno de los lados de la habitación campestre, con un bólo de coca en la mejilla y un papiro humeante envuelto en su labios, a modo de cigarrillo…Vio la fatiga de los tres muchachos recién despertados por el calor y los mosquitos, y al ser solo los cuatro despiertos los llamó para que se acercaran en silencio.
Los niños decorados con gotitas brillantes en toda la cara se le acercaron y Erasmo sacó una bolsa trasparente llena de papeles enrollados desiguales y pequeños. Atados como los antiguos cuetillos artesanales, en círculos de capas concéntricas.
Sacó uno y lo encendió con un fósforo, haciendo una pequeña brasa en la punta, y en seguida se lo ofreció a Iván -Esto es lo mejor para alejar a los mosquitos-. Álvaro y Marcio miraban curiosos como Ivan agarraba el rollito amarillento y daba la primera pitillada de aquel pucho destartalado, haciendo una bola en los cachetes, Ivan sintió ese humo tibio y picante, con dejo de humedad, olor y sabor a cigarrillo, pero más intenso, y expulso el humo con un gesto de  tos.
Ivan se lo alcanzó a Álvaro, quien tosió un poco después de aspirar el humo blanquecino, y quien luego se lo dio a Marcio, quien aspiró un poco y lo soplo de inmediato, siendo él que mejor resistió aquella humareda tóxica.
Cada uno recibió el suyo propio y soplando el humo a sus brazos y piernas entre cada bocanada, aliviaron por ese tiempo el ataque de todas las variedades de minúsculos vampiros, los mariguíes, los polvorines, y los insoportables zancudos
Eran "Cuyunas", el cigarrillo de pobres que les sirvió aquella tarde para alejar por unos minutos a los insoportables chupasangre, y les dejo un ligero dolor de cabeza y los ojos irritados.
Durante esos minutos entre humos, Erasmo les hablo del día siguiente, en el que tenía que ir a recoger un encargo a un chaco más o menos lejano al suyo, y quería que los tres muchachos lo acompañen.
Lo que ellos no sabían es que el paseo era falso y que Erasmo había confabulado con la mamá de los niños para darles un buen escarmiento por lo traviesos que se habían estado portando durante ese viaje, y no era para menos, los tres juntos y sin nada que hacer, en medio de la selva, eran un agente de destrucción masiva.
Lo que habían acordado con la mamá era que Erasmo los internaría en el monte, y que cuando estuvieran en algún lugar inhóspito y tenebroso, se alejaría con alguna excusa, dejando a los niños solos durante un tiempo en el que empiecen a creer que habían sido abandonados, y se asusten, y una vez asustados volver con ellos para calmarlos y devolverlos a la choza.
El plan iba muy bien, los mancebos aceptaron el paseo con entusiasmo, nada les llamaba más la atención que una aventura en la selva, así que esa noche durmieron ilusionados.
La mañana siguiente pasó muy lento, entre calores sofocantes, chapuzones en el arroyo de agua cristalina y juegos de niños.
Ya en la tarde, después de haber almorzado, los niños se alistaron para el paseo, Erasmo se puso sus botas negras de goma, encargó el uso del machete a Ivan, para ir clareando la senda y se puso el viejo fusil de salón al hombro, protección necesaria por las fieras locales, y por si había la oportunidad de cazar algo que les dé de comer algunos días.
Caminaron durante mucho tiempo, en senderos anegados y lodosos, cruzaron por arroyos, pequeños, otros grandes, entre bananeros, cocales y pastizales que eran de su altura, empapados de sudor pero divertidos con la aventura.
Cerca del atardecer las chicharras y otros tipos de insectos cantores empezaron  su concierto ensordecedor, el sol se perdía poco a poco entre la hojarasca y el cielo se iba  oscureciendo. Entraron a una parte de la selva con arboles enormes y rectos, aun más oscura que la parte previa, en la que entraba cierta luz gracias al camino de camiones que lo cruzaba, caminaron unos metros entre los arbustos mojados.
Erasmo vio que era un buen lugar para ejecutar  el plan, así que alcanzándole el viejo rifle a Ivan dijo- Esperen aquí un rato, voy al baño-. Y se fue acelerado donde los niños no podían verlo, ni escucharlo, desapareciendo entre los espesos matorrales.
Los tres pequeños quedaron a solas en la selva cerrada y oscura, con el ruido ensordecedor de las chicharras y sin nada que ver en realidad, excepto el rifle.
Nunca habían tenido un arma en sus manos, Ivan sabía muy bien que no era un juguete, así que lo agarro apuntando al piso, pero con la banda cruzada en el hombro, para ponerla pronto en posición para disparar, si es que fuera necesario… Había visto muchas películas, así que sabía bien cómo hacerlo.
Esperaron unos buenos minutos a que Erasmo volviera, pero este no daba señales de ningún tipo.
Los ruidos en la selva empezaron a parecer sospechosos, aumentados por la prolífica y exagerada imaginación infantil, se sentían observados, acechados por bestias furibundas  desde las sombras, y cada vez más  pequeñitos en aquel universo enorme, verde y húmedo.
Sin embargo unos crujidos muy reales interrumpieron sus miedos y pensamientos, casi encima de ellos, a solo unos cinco o seis metros de distancia en unos árboles cercanos,  las ramas empezaron a moverse, y las hojas a crujir y a caer, los tres se miraron entre ellos y se dieron cuenta que no era su imaginación o algún producto del temor lo que estaban viendo y escuchando, si no algo muy real, por lo oscuro de la jungla no podía apreciarse lo que producía aquellos sonidos que iban aumentando, y parecían cubrir toda la copa de aquel árbol, hojas secas caían bailando desde aquellas sombras incógnitas que se movían por encima del maltrecho trío.
Un par de ojitos blancos aparecieron de repente, mirando fijo a los niños, y tan intrigados como ellos, sin saber qué eran esos tres bípedos que miraban inmóviles desde abajo, de repente otro par de ojos más y otro... Seis ojos mirando desde las sombras.
Entre la penumbra y la contraluz pudieron distinguir las tres caritas hociconas, como perritos negros, con orejas puntiagudas, patas delanteras gruesas y manos con garras, y colas largas y felinas,  nunca habían visto animales así, ni siquiera en libros, era como si un perro hubiera querido de repente ser un mono, y hubiera convencido a otros dos amigos.
Además tenían  en el cuello, en la parte de adelante, a modo de corbata, otro tono de piel, blanca o amarilla, como se veía en la poca luz que había…
Álvaro e Ivan intercambiaron miradas, y algunas palabras- ¿Que son esos? ¿Nos atacaran? ¿ Les disparamos? ¿Lo llamamos al Erasmo...? No se ponían de acuerdo ni sus pensamientos ni sus palabras.
Ivan puso el rifle en posición alzada, pero sin apuntarles a los perros arbóreos. Solo preparado, y los tres quedaron muy atentos a cualquier cosa que hagan las criaturas, las cuales perdieron el interés por los niños a los pocos minutos, y se adentraron en la espesura de las ramas con mucha agilidad, desapareciendo si dejar rastro.
Los tres niños empezaron a gritar por Erasmo, que apareció cerca, con cara de venir al rescate, pero se encontró con los muchachos  emocionadísimos por la visión, contándole a gritos unísonos y desordenados cada detalle de  lo que habían visto y describiendo a las pequeñas bestias.
Erasmo las identifico de inmediato como ¨Viejos del monte¨ o tayras, que habían estado en días pasados depredando a sus gallinas, habiendo causado varias bajas.
Agarrando el rifle corrió en la dirección que le indicaron los niños se habían ido los simios caninos, pero no encontró ningún rastro.

Emprendieron el camino a casa, y llegando no dieron descanso a su mamá durante todo el resto de la tarde y parte de la noche con la historia mil veces repetida de la aventura recién vivida, quien tuvo que escucharla una y otra vez, quedando así volcado el castigo que se le había ocurrido para escarmentarlos, pensaba darles un buen susto y terminó regalándoles una aventura más para  las incontables de su niñez.

DOÑA JULIA (Vivencia cercana)

  Doña Julia llevaba más de siete décadas vividas en esta tierra y en esta vida, llevaba también cinco hijos, y más de una docena de nietos,...