martes, 13 de noviembre de 2018

DESDE LA VENTANA (Vivencia cercana)


Ella lo escucho cantando… su voz y las notas tenues de la guitarra le llegaron como una leve brisa, deteniendo su mundo, deteniendo su noche, deteniendo el eco de sus pasos en la acera de piedra.
Había estado caminando con frío, debajo de un vestido tan gastado y vivido como ella misma, que aferraba su vida a un resto de cigarrillo que la sostenía entera, pendiendo en la noche de un hilo de humo.
El encanto de aquellas notas y de aquella voz parecían llamarla, y ella escucho, lo escuchó de verdad… cada tono, cada latido, cada chirrido de las cuerdas, cada punto de sonido dibujado en la noche…y lo buscó, pensando con miedo que quizás él termine pronto de cantar, y al dejarlo de escuchar, ella termine pronto de vivir.
Encaminó sus pasos a donde venía el canto, calle abajo, y se dejó caer… la brisa musical se convirtió en viento, viento que guió sus pasos hacia un portal de hierro, que daba a un pequeño patio, con un par de mesas en las cuales quedaban copas con restos de vino, velas con restos de fuego, y sombras con restos de conversaciones…
Una puerta con un letrero muy rústico encima, en el cual se leía a duras penas ¨Máscaras¨ era el límite que quedaba entre ella, él y su canto, lo que empezó como una brisa de notas en el aire de la noche se convirtió en un propósito, en una razón para seguir respirando.
Mientras cruzaba el patio con pasos medidos, notó que la cadencia de la canción que la había llevado hasta ese lugar, anunciaba su final, apuró el paso para ver a aquel  hombre que supo fundir su canto con la noche, y supo además, con su música y su voz, darle un ritmo nuevo a su corazón.
El pequeño escenario de aquel lugar estaba en un ambiente interno, y  no podía verse desde la puerta… el silencio que vino después de unos aplausos dispersos y un ¨Gracias¨ que también sirvió como un ¨Adiós¨  la arrancó de sus pasos medidos y la transportó casi volando a ver el escenario.
Lo vio de espaldas, apoyando la guitarra en su atril, algo agachado, su cabello largo y crespo, flanqueaba su rostro,  impidiendo ver sus facciones, cabello de un negro tan intenso como su aroma recóndito a cigarrillo.
Los separaban varias mesas con siluetas de personas que impedían el paso hasta el escenario… Ella lo miro con intensidad y con autoridad, exigiendo al menos una mirada que compensara la tortura de aquel silencio en el que parecía que se había sumergido el mundo sin su voz…y lo logro, él obedeció a la orden de aquella mirada, sus ojos se cruzaron solo por unos segundos que para ella fueron suficientes y decisivos…  No quería mirar nunca más nada que no sea el pardo de aquellos ojos.
Él dibujó algo parecido a una sonrisa en su rostro, antes de desaparecer detrás del telón y desvanecerse en la noche.
De nada le sirvió a ella preguntar entre la gente, a los meseros o al barista, a cualquiera que pudiera darle un nombre o una dirección hacia la cual fijar el curso de sus días, con tal de que al final de ellos, estén esos ojos pardos infinitos… y aquella voz.
Saliendo a la calle por si lo encontraba yéndose, una pizarra borroneada por la llovizna le dio la explicación inmediata, aunque no acalló ni las ganas de verlo, ni el silencio abrumador y sin vida desde que dejó de escucharlo: ¨Jueves de guitarra libre¨
Desde aquella noche pasaron tres, en las que conciliar el sueño era un esfuerzo inútil, lo mismo que pensar, o hallarle sentido al mundo, que parecía continuar sin razón, en aquel silencio insoportable sin su voz.
Lo buscaba en cada esquina, en cada café, en cada rostro de su camino, en cada niño, en cada paloma, en cada hoja de árbol, en cada respiro…y no lo hallaba, no hallaba ni siquiera una nota musical en el viento, que abreve como una gota de agua, la sed de su canto.
Trató sin lograrlo, de llenar el silencio de su alma con su música favorita de siempre… llegar a casa, darse una ducha, prender un cigarrillo con la toalla aun envuelta en su cuerpo flexible, sentarse abrazando el espaldar de su silla mirando hacia la ventana de su pequeño departamento, y saborear cada bocanada de humo mientras sonaban Joaquin o Calamaro,  Cornell o Mercury… era la rutina de cierre de cada día, que solía ser suficiente para ella hasta aquella maldita noche en la que escucho a ese hermoso desconocido que se metió bajo su piel, tatuándose en su vida para siempre.
Mientras bajaba las escaleras para salir al mundo, pensaba que tendría que olvidarlo, en defensa propia, dejar de buscarlo y solo esperar que la vida siga sin él… En silencio.
Dos vecinas de su edificio charlaban en la puerta, ella no era dada a escuchar ni a meterse en conversaciones ajenas, así que solo cruzó un saludo cordial a las señoras, y mientras se alejaba un frase llego a sus oídos, como si hubiera sido dicha para ella y nada más: ¡Ay querida, es que desde la ventana de mi casa, puede verse el mundo…!
Eso era, no buscaría más, se sentaría cada día en cada momento posible, a ver a la gente pasar desde la ventana de su departamento, que tenía vista perfecta a la calle, a solo dos pisos de altura, y desde la cual, podía verse el mundo, esperando que pasase él, y poder darle un fin a su silencio, y un inicio a lo que sea que fuera, pero a su lado.
A partir de aquella tarde, dedicó sus mejores horas a mirar desde la ventana, escudriñando cada rostro, en busca de aquellos ojos pardos en los que había perdido su alma…miraba cada silueta, cada paso apurado, cada marcha de regreso a casa, ojos confundidos, ojos tristes, muchos ojos vacíos, de humanos sin humanidad…muchos ojos brillantes…No se cansaba de buscar ni de esperar.
Pasó un mes en el que el espaldar de su silla se había vuelto su lugar de vida, el centro de su búsqueda…podían contarse las horas que había pasado en ella solo mirando el pequeño montículo de colillas de cigarrillo desbordando el cenicero puesto a propósito para hacer más tolerable la espera…y la pesquisa que parecía sin esperanzas.
Algunas caras se volvieron familiares, algunos ojos conocidos, siempre a la misma hora, con el mismo semblante, y de retorno horas después, mirando con cansancio el camino de retorno.
Pasó un poco más de un mes, aquella mañana de viernes pensaba en su nido de vigilancia que quizás estaba loca, que nadie en su sano juicio haría algo como eso para conocer a alguien, y menos solo por haberlo escuchado solo unos minutos…pero nada la movía de esa silla, mirando a la calle desde la ventana, y cada hombre con cabello largo era estudiado con atención especial…si era crespo, si tenía el cabello negro, si tenía esos ojos pardos de animal de presa, si tenía ese dibujo de sonrisa…y nada.
La canción que sonaba en el reproductor se detuvo sin razón, llamando su atención por un momento, la clavija del enchufe no era del todo segura y se había aflojado, apagando todo el aparato, después de volverlo a conectar y reiniciar la música volvió a abrazar su espaldar mirando la ventana y vio una silueta caminado, lo vio de espaldas, con el cabello largo, se adivinaba un hilo de humo como halo…y en la mano un estuche de guitarra de cuero gastado, lo vio justo antes de que se pierda después de doblar la esquina, quizás para siempre…Así que corrió, las escaleras, las tres puertas que tenía que pasar y los treinta metros de calle que tenía que recorrer parecían infinitos y su mente corría mucho más rápido que su cuerpo, dobló la esquina y lo vio caminando con calma, frenó su paso para no sorprenderlo…había pensado durante todo ese tiempo todo lo que le diría, como iniciaría esa conversación, las palabras que sabía de memoria y la forma de decirlas, todo imaginado y repasado mil veces en su mente, en la larga espera de encontrarlo y verlo otra vez.
Lo tocó por el hombro, él se detuvo y giro para ver, sus miradas se cruzaron otra vez, el pardo que ella vio a la distancia en aquel boliche con la atmósfera enrarecida por el humo no se comparaba a la belleza de verlo a centímetros de distancia…se le encogió el mundo, reduciéndose hasta que solo entraban ella y él, y no era necesario nada más en absoluto, ni siquiera las palabras, ambos habían estado buscándose, quizás desde mucho antes de aquella noche…desde mucho antes de existir.
Y no fue el fin de la búsqueda, fue el principio de todo, ambos renacieron y se sumergieron en sus ojos, en sus mentes, en sus cuerpos, en sus vidas, que pasaron a ser una sola…y a ver cada atardecer juntos, él tocando su guitarra y ella nadando en su música y su voz, mientras fuma un cigarrillo… mirando al mundo que ya no era necesario, desde la ventana.


lunes, 29 de octubre de 2018

PEQUEÑO ENSAYO SOBRE LA FE (Reflexión trasnochada)



Tuve un amigo que creía que podía atraer el viento con el pensamiento, tuve una novia que creía tener una relación especial con el agua y que podía atraer la lluvia, también leí algo sobre un tal Midas que convertía en oro todo lo que tocaba,  leí un libro malísimo que decía que atraes lo que piensas, en mi pueblo se cree que las mariposas nocturnas atraen la muerte, creemos tantas cosas sin hechos, cuando los hechos más obvios saltan a la vista, como de esa ex novia de la cual podía sentir su deseo estando en otra habitación, o el amor de mis perros, la certeza de que no podre dormir alguna de estas noches…y la paz instantánea con un toque de mi madre.
Los niños tienen convicción plena de lo que se imaginan, sin vulgarizar sus creencias tratando de convencer a otros de que lo que creen es la verdad,  y sin embargo no llegan a ser de adultos lo que imaginaron, ni a tener lo que soñaron, la fe es un motor que nos empuja hacia un lugar mal llamado  destino, que casi nunca es lo que esperamos ni en nuestra más pesimista fantasía.
No hablo de la fe sobrenatural, que merece todo un capítulo aparte, hablo de la fe como chispa impulsora de cada una de nuestras pequeñas decisiones diarias, que en su conjunto día a día, semana a semana, mes a mes hacen la vida que tenemos en el único tiempo indiscutible: Hoy y Ahora.
¿Por qué desde que abrimos los ojos hacemos lo que hacemos? ¿Por qué levantarnos de la cama? ¿Por qué desayunar o tomar una ducha? ¿Que impulsa a que dejemos ese lugar maravilloso donde habitan los sueños y embistamos si ningún propósito este otro lugar mucho menos complaciente?, la fe, la fe pequeña sobre cada acto.
Fe es el cerrar los ojos con la certeza de volver a abrirlos, es dar cada paso con la certeza de que se apoyara en suelo firme, fe es beber agua seguros de que es agua, fe es cada parpadeo, por que nadie ni nada puede asegurarte jamás si ese micro viaje a la oscuridad será con boleto de retorno.

DOÑA JULIA (Vivencia cercana)

  Doña Julia llevaba más de siete décadas vividas en esta tierra y en esta vida, llevaba también cinco hijos, y más de una docena de nietos,...