lunes, 15 de junio de 2020

LA ULTIMA CONVERSACIÓN II (Vivencia Infantil)


-Más bien tú no empujas tan rápido, tu primo me tiene con el corazón en la boca…jajaja-.
- Que bueno abuelito ¿Pero más bien no prefiere llegar más rápido?
- No, no hay apuro hijito, no es que vayan a dejarme sin asiento…jajaja-.
Así bromeaba mi abuelo Hernán la primera mañana de domingo en la qué lo empujaba en su silla de ruedas llevándolo a la iglesia.
Había aceptado ese trabajito dominical después de que uno de mis primos mayores dejara de hacerlo, y con cierta reticencia de mi parte, ya que si mi abuelo era conocido por algo era por su mal carácter, y por su seriedad que iba mas allá de lo comprensible. Siempre intimidante para nosotros los nietos.
Aquélla primera mañana hablamos muy poco, dado que la caminata desde su casa hasta la iglesia eran solo unas pocas cuadras, y ya estando ahí él se desenvolvía solo, mi otra labor era devolverlo a casa terminado el servicio dominical.
Había perdido las piernas por las chapuzas de un acupuntor de pacotilla al que había recurrido para aliviar una serie de dolores en las extremidades, producidos por la imbatible diabétes diagnosticada con muchos años de ventaja para la enfermedad…Y por dolores crónicos producidos por un incidente en la guerra, del cual casi no se hablaba en la familia, no que sea un secreto, pero la seriedad legendaria de mi abuelo era un muro invisible que de manera muy esporádica se animaba uno a querer romper.
Ese respeto casi militar estaba muy cimentado en mí y en mis hermanos, así que la tarea de empujarlo  fue casi una imposición.
El segundo domingo llegue unos minutos tarde a recogerlo, sin embargo me recibieron él y mi abuelita muy cariñosos. Al salir me pidió que lo lleve por otra ruta, fuimos por el lado en el que había un parque lleno de arboles, y muy tranquilo, mi abuelo me pidió dar una vuelta en lugar de pasar de largo, y así lo hicimos, y empezó a hablarme.
-¿Cómo estas papito? ¿Estás de vacaciones?
-Si abuelito, de la escuela sí, pero conseguí un trabajo durante la semana, soy mensajero de una imprenta-.
-Ah que bien, es un buen trabajo para empezar… ¿Y cómo te está yendo ahí?-.
-Bien abuelo, no es complicado lo que se hace, y el jefe es atento y nos enseña, además que puedo ganarme unos pesos-.
- Claro, y el consejo que te puedo dar es que nunca agarres ni un peso que no sea tuyo. A la gente se la respeta por su honestidad-.
- Tiene razón abuelito-.
- Y en una imprenta, mira vos caracho, está en la familia…
Eso lo decía porque mi abuelito fue el primer prensista de Cochabamba, dueño  y fundador de  ´´Imprenta Tunari´´en la cual tengo mis recuerdos más antiguos de él, muy concentrado parado delante de unos cuadros iluminados en los que armaba unos bloques con piecitas de metal llamadas ´´tipos´´, que tenían letras invertidas en sus puntas, para luego amarrarlas en bloques cuadrados o rectangulares con un cordón duro y blanco y unirlas a otros bloques que ya había armado, y que en su conjunto eran las paginas que se imprimirían en el papel, en un trabajo milimétrico que se fue perdiendo con la modernización y digitalización de las imprentas.
-Y que bien que empieces a trabajar desde tan joven, eso forja el carácter, solo no descuides tus estudios… Tu mamá era muy buena trabajadora en la imprenta, honesta y responsable la camba respondona, por eso se encargaba de abrir y de cerrar ¿Sabias? Así que ustedes deben ser todos buenos trabajadores.
- Si sé algo, pero no mucho, se que ahí se conocieron mis papás…
Vimos la hora y al darnos cuenta de que estábamos atrasados para la iglesia nos apuramos en llegar.
Al devolverlo a la casa al medio día mi abuelita me regalo unas monedas y un cariñoso gracias.
La condición médica de mi abuelo era delicada, por una infección persistente  que le había dejado la amputación de ambas piernas debido a gangrena, era un peligro permanente que la infección regrese más agresiva y el riesgo de gangrena también, sin embargo en esas cortas charlas o en general no se lo veía decaído o adolorido, su mirada siempre era firme y altiva, detrás de sus gruesas gafas de carey, y con su peinado de cabellos gruesos y parados como una brocha , una mezcla desigual de cabellos negros y canos, y su bigote cosaco, que recordaba una versión boliviana de Lenin, incluida la seriedad militar.
Habiendo sido muy corpulento y sano en sus mejores días, y tan resistente a los males, que había combatido sin saberlo a la carcoma de la diabetes a base de whisky añejo y café negro, que eran infaltables en sus mañanas y en sus tardes, al igual que sus cigarrillos, tan incorporados a su imagen y presencia, que el olor a cigarrillo me remite a él hasta el día de hoy.
El tercer domingo mediante una llamada le dijeron a mi mamá que mi abuelo no se sentía con fuerzas como para ir a la iglesia, y me avisarían para el siguiente, durante toda la semana había estado pensando la mejor forma de preguntarle por su incidente en la guerra, así que fue decepcionante recibir esa noticia, lo bueno es que se recuperó, y el siguiente domingo estaba temprano en su puerta para llevarlo a la iglesia, y no perdería la oportunidad de hacerle esa pregunta.
Lo noté algo pálido, pero no de un modo exagerado, y más delgado, como si no hubiera podido dormir bien, ojeroso…Me volvió a pedir llevarlo por la ruta del parque.
-Abuelo, espero no molestarlo con esto, pero mi papá alguna vez comentó que usted en la guerra recibió un balazo, y sé que el tratamiento que usted inició en la acupuntura tiene algo que ver con eso… ¿Me podría contar qué es lo que le pasó?
-Ah hijito, hace mucho que nadie me pregunta sobre eso caracho, pero no me molesta, lo que me paso en la pierna es eso nada más, un balazo de los Pilas en la rodilla, la situación que llevo eso es lo importante…-. Y empezó a contar:
-Mi escuadra y yo nos encontrábamos en un sector cerca de una laguna, que sabíamos que los pilas la usaban como lugar de paso, y además para ir a recoger agua, y nosotros también, era increíble lo que tardaban en llegar las provisiones a las trincheras, así que habían días, a veces semanas  que no teníamos qué comer o agua para tomar, pero esa laguna salvaba al menos la sed.
Una tarde de esas en las que el calor era insoportable, estábamos haciendo guardia escondidos detrás de una loma natural cubierta de matorrales espinosos, y escuchamos unas voces, que susurraban, él estafeta  de avanzada se levanto para atisbar y vio a una tropa de paraguayos, que hablaban susurrando en guaraní, nosotros entendíamos algunas palabras por la instrucción que nos dieron, así que nos dimos cuenta que se disponían a atacar a la guardia atrincherada más adelante, y era obvio que no nos habían notado, fue cuestión de segundos en los que nos pusimos de acuerdo, y saliendo de ambos lados de la loma, los emboscamos y detuvimos sin necesidad de dar ni un solo tiro, los tomamos como prisioneros de guerra a esos pilas, quince en total, y los llevamos a la trinchera cercana, donde nos instruyeron llevarlos custodiados a la base más cercana.
Gracias a esa acción de guerra a mi me ascendieron, dándome grado de Sargento Primero, que no es un grado alto, pero si más que soldado raso o cabo, y parte de mis responsabilidades eran exigir algunos pertrechos y el rancho para mis soldados, la desidia de los oficiales superiores era increíble y abusiva, llegando a ser más importante que las botas del capitán estén lustradas antes de que los soldados puedan tener algo para comer, esta es la razón de que muchos oficiales fueran eliminados por ´´Fuego Amigo´´…
El oficial Roldan, un Teniente Coronel que nos recibió con los prisioneros en la base me preguntó qué es lo que hacía falta en las trincheras y yo le di el parte, y se me dio la instrucción que vaya donde un capitán encargado de la logística de la base, quien se encargaría de darme lo que había solicitado, y así podríamos regresar a las trincheras de avanzada en la frontera.
Fui dónde este capitán, que apellidaba Cadima, y le di el parte de nuestros requerimientos…Primero que no me escuchaba, actuando como un emperador dueño de las cosas que le pedíamos, y él bien alimentado, con su uniforme sin rastro de haber tenido ni un contacto con los espinos o la tierra, botas lustradas y nuevitas y  además gordo…Un obtuso y abusivo de primera.
Me dijo de muy mala manera que espere a que le dé la gana de atenderme…Y así hicimos durante casi una hora en la que el Capitán no hacía nada, es decir, no estaba ocupado, era como un tendero que no quería vender, es más, se tomo una cerveza delante de nosotros como si tal cosa.
Una cosa es estar en la guerra, que de por sí es una situación insoportable en muchos sentidos, pero había una fuerza que los soldados llamábamos ´´Espíritu de Cuerpo´´ que nos motivaba, y aguantábamos dándonos aliento unos a otros… Pero ese tipo de atropellos eran tan constantes de parte los superiores que iban mas allá de lo tolerable para cualquiera, ya iba atardecer, y regresar de noche hubiera significado un riesgo enorme para mí y para mi escuadra, así que le exigí al capitán Cadima que nos de lo que había requerido, y me respondió diciendo que nada era gratis, que tenía que hacerme querer…
No pude contener mi indignación y lo mande a la mierda.
Se puso colorado de bronca y llamo a la Policía Militar de la base, acusándome de insubordinación, al explicarle los hechos al Teniente Coronel Roldan, este me dio la razón, pero como también era una falta de respeto hacia un superior, me degradaron del rango al que recién me habían ascendido…Luego nos despacharon dándonos solo una parte de los pertrechos solicitados.
EL problema fue que él capitán Cadima no se quedó contento con la sanción, y usando sus influencias entre los de su misma clase y rango, hizo que se me asignara a una escuadra en la que las incursiones y encuentros con los pilas eran constantes, y no pasó mucho tiempo hasta que nos encontramos en una balacera contra ellos, no recuerdo bien todo lo que paso, ¿Es muy confuso sabes? Corres, disparas, no entiendes los gritos de ningún lado, el ruido de los disparos es tan fuerte que anulan tu capacidad de entender cualquier cosa o de pensar, y  las balas que pasan silbando cerca de ti son como caricias de la muerte, que llenan de espuma de hielo tus riñones, además sientes la boca llena de tierra con sabor a pólvora, tan espesa que la puedes masticar, y tu saliva se vuelve barro…Son solo cuadros sueltos en mi memoria, como una película en blanco y negro, recuerdo haber sentido un golpe en la rodilla, pero sin dolor, solo que ya no podía caminar, me caí, y después de cerrar los ojos en aquella polvareda que quemaba y se sentía  crocante en los dientes, quede inconsciente… Desperté cuando ya había solo silencio y era de noche.
Escuche unas voces susurrando en las cercanías y al incorporarme note que eran soldados compatriotas, que habían ido a hacer reconocimiento y estaban revisando si quedaban sobrevivientes, ellos me ayudaron a llegar a las trincheras y recibir tratamiento, tuve la suerte de que no se me infectó la herida en el terreno, cosa que era muy común y te mataba en un par de días debido a la septicemia, además como con todo, tener medicinas para tratar a los heridos no era una prioridad, ni para los oficiales superiores ni para el maldito gobierno…Y como era una herida que me imposibilitaba volver a pelear, me dieron mi baja del servicio y me devolvieron a Cochabamba hijito, donde me hicieron una operación y me pusieron un tornillo, que es lo que me molestaba durante todos estos años,  así que en realidad fue una herida que me saco de esa guerra absurda.
-¡Wow! Que terrible abuelo, pero… ¿Porque escogió hacerse acupuntura en lugar de un doctor normal?
- Nunca me han gustado los matasanos, así que hice la prueba con las agujas chinas, y a un principio funcionaron bien, tienes que tener en cuenta que no sabía que tenía diabetes, así que la culpa fue compartida entre el doctor y yo.
Y bueno, luego de que se me infectara la primera pierna, y tuvieran que quitármela, fue solo cuestión de tiempo a que ocurra con la otra…
Lo lleve a la iglesia en silencio, pensando en lo que significaba haber tenido ese pasado, y volver para recuperarse, formar una familia con diez hijos, haber fundado y mantenido una imprenta con mucho prestigio, y haberse mantenido con su misma esposa durante más de 50 años, en una relación de las que existen cada vez menos, adquirí un nuevo respeto por mi abuelo Hernán, benemérito de la Guerra del Chaco.

Ese domingo fue el último en el que lo empujé en su silla de ruedas, el jueves en la noche sufrió un desmayo al atardecer y aunque se encontraba estable al caer la noche y pudieron recostarlo en su cama, no volvió a despertar.

JAVIER (Vivencia cercana)

Javier cumplía una condena de unos meses preso, por haber cometido algunos robos menores, nada en lo que alguien saliera herido más que en su economía, peleón y pendenciero desde niño, entendía la violencia como un medio más para ganarse un lugar en la vida.
Muy hábil con las manos, hacia tallados en madera con un cuchillo motoso cuya cacha era un palo, agarrándolo por la hoja, usando solo la punta, que afilaba en el piso de cemento o en la pared de piedra, y  en segundos convertía un pedazo de madera en algo muy diferente y útil, mientras hablaba, contando alguna de sus pillerías, sin perder el hilo ni en la historia ni en la talla, tomando el sol de la tarde  en el estrecho patio común de la cárcel de San Antonio.
La que fuera una astilla de madera minutos atrás era ahora el  lado derecho de una cacha de revólver, aún en bruto, pero casi perfecta en su forma, con cortes precisos y hecha sin más medidas que las que Javier parecía tener en sus manos, en una especie de memoria espacial de tacto y movimiento.
-Si se lo hago esto bien al Capitán me ayudara a salir antes-.Decía- girando y sacando trozos de madera con cortes certeros y gráciles.
-Quiero verla a mi Isabel, me está esperando desde antes de que entre aquí, tenemos que casarnos, ya iba a ser, pero me atraparon-.
- Tiene una hijita que es como mi propia hija, tiene tres años, se llama Kimberly, pero yo le digo Kimi, se lo estoy tallando una muñeca para ella, y le voy a comprar un vestido para completar, bonito va a quedar…  Ya falta poco para que salga, luego es conseguir la plata y casarme, ver algún trabajito-.
Soñaba con la pronta salida y empezar la vida que había quedado pausada por el encierro involuntario, no llegaba ni a los treinta años, y ya sus ojos habían visto más dolor que en dos vidas.
Isabel era una mujer simple y lo quería de manera honesta, pero la vida no se detuvo para ella, ya que en sus caminos diarios conoció a alguien mientras Javier estaba encerrado, quizás no mejor que él, para sus modestas posibilidades, pero qué llenaba el vacio que Javier había dejado y por donde ella sentía frio en el alma, y además  llenaba de sonrisas la carita de su pequeña Kimi.
Isabel mantuvo en secreto al otro para que Javier no se metiera en problemas dentro de la cárcel, donde no era ni de cerca una competencia para alguno de los avezados criminales y matones que la super poblaban, prefirió esperar a que salga y darle un adiós en libertad, donde al menos ella no tendría un cargo de conciencia por la relación escondida y por el dolor extra que le produciría por recibir una ruptura estando encerrado.
Pasaron los meses y por fin llego la fecha esperada en la que se abrían las puertas para Javier, quien solo tenía un alguien como destino y como tierra firme en su nuevo camino de vida por recorrer.
Isabel logro evitar verlo algunos días, se mantuvo distante y preparo el terreno para darle el punto final a su maltrecha relación.
Por fin una tarde de domingo  se vieron para  hablar, caminaron juntos, Javier dispuesto a empezar cuanto antes su vida juntos, Isabel con toda otra vida ya iniciada con alguien más, además de su pequeña hija.
Fue muy clara y honesta en lo que sentía, a pesar de haberlo querido como posible compañero de vida, esto ya no era así, y el tendría que buscar otro rumbo.
No lo humilló con palabras que denigren su hombría, ni lo disminuyó de ninguna forma, solo le dijo que la vida que habían planeado juntos no podía ser, tampoco lo insultó con la humillante verdad sobre su otro hombre, solo le aclaró que la vida le había mostrado que estar juntos hubiera sido un gran error.
Javier escuchó en silencio de muerte, cada aguja terminal que salía de la boca de Isabel, se le clavaba destruyendo de manera sistemática cada una de las ilusiones que él había construido en las tardes y noches infinitas en el presidio, y aunque buscaba en el fondo de sus párpados alguna lágrima que inspire compasión, o algún tono de voz que quizás logre quebrar la decisión de esa mujer a la que le había dedicado todo su futuro imaginario, no encontró ninguna, lo único que sintió fue un increíble amargo en la saliva al tragar y respirar antes de decir las últimas palabras que le diría esa tarde.
Con toda la calma y educación que pudo, le pidió ver una vez más a la pequeña Kimi, que él consideraba una hija, y que aunque respetaba la decisión que había tomado, le parecía una injusticia que le prive de esa despedida. Incluso por la pequeña, que de seguro lo extrañaría a él también.
Isabel no vio problema, y le pareció una petición justa, además sabía que era cierto que la pequeña también lo extrañaba, quedaron para encontrarse a los pocos días y se despidieron.
Javier llegó puntual el día acordado, tocó la puerta, e Isabel abrió, lo invitó a pasar, Javier se había arreglado lo mejor posible dentro de sus posibilidades, prestándose una camisa que le quedaba grande, y limpió sus desgastados zapatos lo mejor que pudo usando un poco de aceite de cocina y un estropajo.
Llevaba un paquete envuelto en papel periódico, Isabel lo llevó a la pequeña salita de su casa, en la que Kimi jugaba sentada en el piso sobre una manta puesta a propósito.
-¿Cómo has estado?-. Preguntó Isabel, Javier no quiso mentirle, solo la miró con una mezcla de odio y dolor en los ojos, hundidos y con ojeras muy notorias por los trasnoches anegados en lágrimas y rabia que habían pasado desde el último domingo.
-Hola Kimi, te traje algo-. Saludó a la pequeña alcanzándole el paquete que había llevado, que la niña recibió entusiasta, y lo desenvolvió con prisa, descubriendo una linda muñeca tallada en madera, con un vestido hecho con tela de cortina por él mismo, con las líneas de cortes y costura dudosa de una mano inexperta en esas artes, pero hechas con mucho cariño.
Kimi se sentó de inmediato a jugar con su nueva muñeca, uniéndola al resto de sus juguetes desparramados en el piso.
Isabel agradeció el regalo, y algo en su corazón y conciencia se ablandó, acarició el brazo de Javier, en un gesto que para él se sintió como odiosa condescendencia.
-¿Qué vas  a hacer ahora?-. Pregunto Isabel, refiriéndose al resto de la vida… Javier había estado esperando esa pregunta, no por conocerla tan bien, si no por la respuesta que él había planeado he imaginado una y otra vez en su mente durante todas las noches desde aquella tarde de domingo en la que Isabel lo arrancó de su vida, dejándolo en un vacío sin rumbo.
Se arrodilló junto a la pequeña Kimi, como para unirse a ella en su juego, y apoyo su mano en la nuca de la pequeña en un gesto cariñoso, como acariciando su cabello, alzó la mirada hasta encontrar los ojos de Isabel, y sin parpadear le dijo.
-Me quitaste todo, y yo decidí hacerte lo mismo-. Su mano bajó hasta la parte de atrás del cuello de la niña, y la agarró por delante con la otra, sus dedos fuertes y hábiles de tallador se enlazaron  entre si y empezaron a apretar el cuello frágil de la niña, que apenas pataleo y emitió un ligero quejido ante aquellas tenazas indestructibles que apretaron tan fuerte que solo se detuvieron con el ultimo crujido de sus huesos, cuando Kimi ya no era más que un bulto flácido de carne inerte que Javier soltó y dejo caer en la manta.

Durante los segundos que apretaba la garganta de Kimi, nada conmovió la mirada perdida de Javier, o su semblante frio y con los ojos hundidos y trasnochados, ni los estertores desgarradores de Isabel, ni sus golpes y arañazos de impotencia llorando a gritos a su hija muerta, Javier solo soltó a  la niña y se paró a contemplar lo que acababa de hacer, y se quedó esperando inmóvil  la vida de encierro que habría de reiniciar esa misma tarde y sería la misma durante cada día hasta su muerte, usando la misma camisa prestada de aquella tarde y los mismos zapatos desgastados, tomando el sol vespertino sin más vista que la pared de piedra y el piso de cemento del patio común de la cárcel.

DOÑA JULIA (Vivencia cercana)

  Doña Julia llevaba más de siete décadas vividas en esta tierra y en esta vida, llevaba también cinco hijos, y más de una docena de nietos,...