lunes, 25 de mayo de 2020

EL SIETE COLORES (Vivencia infantil)


En el rio que bordeaba la parte de atrás de la casa en la que vivían, Ivan, Alvaro y Marcio acostumbraban ver aves de todo tipo, era parte de sus tardes, después de jugar juntos o por separado, al futbol, a los autitos, a las cachinas, a los trompos,  o a intentar cazar lagartijas o serpientes que eran comunes en el lugar
 El rio era una suma de lugares interesantes, si se iba rio abajo podía llegarse a un par de estanques naturales con profundidad para nadar, con aguas diáfanas y pequeños peces, una piscina misteriosa que el tiempo había devorado y ahora era como un estanque lleno de algas y juncos de totora, muy buen lugar para pescar con los anzuelos fabricados por ellos mismos, con pedacitos de alambre de gallinero,  toda una rivera cubierta de algarrobos centenarios, que daban en su época las vainas mas gruesas y dulces, y siguiendo ese rumbo se llegaba al cruce donde pasaban los camiones y buses que iban al pueblo antes de que construyeran el puente, justo detrás de la escuela.
Si se iba rio arriba los lugares eran aun mejores, estaba el puente colgante, una acequia de riego que iba paralela al rio, pero en la ladera del cerro, o sea que arriba de este, la quebrada entre colinas que no se sabia a donde llevaba y el cerro de cactus espinosos, el bosque de alcornoques y álamos, llenos de nidos de pájaros carpinteros con camisa blanca, saco oscuro y la gallardía de su cabeza y penacho de cacique, con ese rojo intenso de emperador grana.
La curva en el rio que daba a un pequeño acantilado, haciendo un estanque enorme, llamado por los niños del lugar ¨La piscina de los Chinos¨, por estar detrás y debajo de un lote propiedad de una empresa china, que tenia una playa de roca solida, perfecta como plataforma de salto para clavados, para tomar sol o para sentarse cómodo a pescar sardinas o el pez gato del lugar, el suc´hi.
Era común ver en los paseos casi diarios todo tipo de aves, estaban los gorriones en bandadas de cientos, con su tono amarillo y gris, las palomas y torcazas, los horneros, los tarajchis y las golondrinas revoltosas, y ya mas raros pero muy cotizados por los niños, los halcones, las garzas blancas y las k´itagallinas, con sus patas enormes y cuerpos pequeñitos color café verdoso y brillante.
El interés de Ivan era un tanto mas científico que de Alvaro y Marcio, le gustaba inventariar lo que veía, a modo de álbum de cromos mental, Alvaro era menor y compañía fiel de travesuras, y Marcio aún más pequeño, quien no dejaba pasar oportunidad de tener una aventura distinta cada día junto a sus hermanos mayores, a veces a la fuerza, pero siempre estoico e infaltable.
A Ivan le gustaban los tordos, por su negro intenso, y los hermosos pájaros carpinteros, le llamaba la atención lo perfecto que era el circulo de puerta de entrada a sus nidos en los troncos, y la fuerza de sus picos, también le gustaban las garzas, en su caminata cuidadosa y acechante tras algún pez incauto…o la especie de Martin Pescador local, llamada Testigo, por el peculiar sonido de su canto, mas pequeño que sus primos multicolor, pero igual de hábil en la pesca, y con un elegante plumaje amarillo y negro.
Haber sido niño en un lugar así era un gran privilegio, las posibilidades de aventura eran casi infinitas, y mientras sus papas sabían que estaban juntos no había ningún problema, además el rio ofrecía refrigerios para todos los gustos en todo su trayecto, estaban los dulces algarrobos, verdes colorados o amarillos, según la época, las pasank´allas con su pulpa viscosa y dulce repleta de semillas negras, una que otra tuna, a veces llena de frutos deliciosos aunque llenos de diminutos riesgos espinosos.
Cada paseo en el rio era una aventura impredecible y memorable, y no era raro encontrarse con otros niños del lugar, pescando o cazando aves con sus ondas de madera, hechas con ligas cortadas de neumáticos, algunas hechas de ramas se c`achi c´achi, un árbol de madera muy dura que existe en la zona, que también era usado para hacer los más preciados trompos.
Uno de los trofeos más preciados por todos los primiparos cazadores era el mítico ¨Siete Colores¨ ave de la que no se sabían más que las historias, pues nunca se había visto uno ni volando, ni parado en alguna rama, ni siendo presea de algún afortunado.
Se decía que era del tamaño de un Hornero, y que en su plumaje tenia los 7 colores del arcoíris, en su forma más pura y viva, el cómo estaban ordenados los colores en el cuerpo del ave dependía de la boca que los narrara, y de la imaginación del que lo escuchara.
Ivan, Álvaro y Marcio no tenían un interés especial por cazar, pero les fascinaba la idea de aquel ave multicolor, y aun más la rareza de este, ver uno sería sin duda una adquisición única para su álbum de cromos mental.
Cierta tarde en la que ya volvían a casa, se detuvieron en una de las curvas que daba el río, pegada a una colina que había sido cortada por la corriente formando una pared de roca y arcilla en una de las riveras, donde también había un macizo  de arbustos verdes y espinosos, al ser esta parte del camino de mucha cotidianeidad, no le prestaban atención a menudo, sin embargo aquella tarde se detuvieron ahí porque a Marcio se le había metido una piedrita en el zapato, así que mientras eso se solucionaba, Ivan le prestó más atención a aquellos arbustos, y notó que eran como una puerta, y que en la parte de abajo, donde estaban las bases de los troncos, estos daban paso a una pequeña corriente de agua de color oxidado, que llegaba a unirse con el rio principal.
Esto significaba que  aquellos arbustos escondían un pequeño arroyo entre las colinas arcillosas, viendo que era posible meterse, los tres hermanitos iniciaron la expedición por aquella quebrada, que se abrió más interesante apenas cruzaron el portón vegetal, todos aficionados a las películas de aventuras, aquella ruta nueva, que nadie más conocía, se les abría como un mundo de nuevas aventuras.
Fueron subiendo con cuidado las piedras enormes cubiertas de musgo seco, yendo arroyo arriba, el agua era un  poco más clara cada vez, y la ruta que hasta ese entonces había sido indómita, no era nada fácil, no había un camino trazado por pasos, y los arbustos leñosos y espinosos cumplían muy bien con su deber de guardianes silenciosos y fieles.
Después de una cansada subida de unos doscientos o trescientos metros, llegaron a una roca enorme y redonda, que era un obstáculo que casi los obliga a regresar sus pasos, pero poniéndose de acuerdo, Álvaro poniéndole pie de gato a Ivan, luego Ivan halando a Álvaro, y Álvaro halando a Marcio, pudieron superar aquel escollo rocoso.
Ya encima de la piedra, empezaron a limpiarse lo que podían de tierra y barro de sus ropas, y alzaron la vista a lo que seguía del camino, pero este era el final, ante sus ojos estaba el lecho de una cascada, horadada quizás durante siglos en la piedra negruzca y arcillosa que formaba las colinas, como un pequeño cráter de meteoro, y de la cascada no quedaba más que un hilo de agua que aun hacia un esfuerzo antes de extinguirse, con una caída de unos veinte metros antes del epicentro circular del lecho, que era flanqueado por paredes de roca muy altas y húmedas, en los que habían crecido pequeños arbustos a modo de bonsáis, un descubrimiento increíble para los tres pequeños aventureros.
Los tres quedaron encantados con su hallazgo, nadie les había mencionado nunca ese lugar, lo que significaba que nadie lo conocía, así que les correspondía el derecho de bautizarlo con el nombre que ellos elijan, después de una corta discusión decidieron que sería "El Anicuni"nombre tomado de uno de sus juegos de campamento alrededor de una fogata.
Decidieron mantener el lugar en secreto y que sería su lugar especial para visitar, incluso tenían su ritual cantado como canto tribal de bienvenida que se entonaba con un lidera cantando y los demás respondiendo…
                                      Anicuni uha uha ni,
                                      Anicuni uha uha ni.
                                      Ya ya ya nica na ahia
                                      Ya ya ya nica na ahia
                                      Era la uni…. visi ni.
Nunca supieron lo que ese canto significaba, pero era el himno del Anicuni, que se volvió su centro de operaciones y lugar secreto desde su descubrimiento, en el hacían pequeñas fogatas, para freír la pesca del día, o para hervir agua de algarrobo, una delicia en épocas de frio.
Dentro del Anicuni anochecía más pronto, y una de esas tardes en las que ya era tiempo de volver a casa, empezaron a alistarse para el retorno, Ivan vio que Marcio se había quedado quieto mirando una de las paredes que flanqueaba el lecho de la cascada, hacia arriba, pero inmóvil, seguido por Álvaro que se quedo igual mirando desde su posición, viendo ambos lo mismo, Ivan busco en la pared lo que miraban con tanta atención, y a pocos metros de altura, en una ramita seca de las muchas que crecían y morían en aquella pared rocallosa, se encontraba un hermoso Siete Colores.
El ave parecía igual de sorprendida que los muchachos y los miraba del mismo modo, piando a modo de interrogación, como preguntando que qué hacíamos en su lugar especial, ladeando la cabeza de un lado a otro, esperando una respuesta a su canto inquisidor, y dando pequeños saltos en la rama, con impaciencia.
Los niños no atinaron a decir ni una palabra, solo miraron al hermoso pajarito cromado, y de verdad sus colores, los siete, brillaban vivos, ningún ave que habían visto antes se comparaba en colorido.
EL pequeño arcoíris alado se quedo solo unos minutos, y luego alzó vuelo, desapareciendo por encima de las murallas pedregosas del Anicuni, dejando detrás solo su colorido recuerdo en las mentes de los tres muchachos, que tuvieron la fortuna de verlo mucho antes de que el mundo se descompusiera y empezara a enjaular a todas las criaturas hermosas y coloridas que lo habitan.

SANDRO, EL HIJO DE TODOS (Vivencia cercana)


La luz del sol del amanecer se mete por una ventana destartalada, con un solo vidrio sano, que de todos modos hace mucho que no es transparente debido a años de hollín, polvo e historias reflejadas que la cubren por ambas caras, flanqueada por unos trapos percudidos que quizás antes fueron cortinas.
Un rayo de sol impertinente golpéa a Sandro en la cara, quien despierta balbuceando un par de improperios, que son su saludo habitual a este mundo de mierda en el que lé toco vivir.
Nadie sabe cuándo fue la última vez qué se lavo la cara, o si lo hizo alguna vez, nadie sabe su edad a ciencia cierta…Se levanta de la cama con la mismas piltrafas de ropa con las que se acostó las ultimas cien noches anteriores, y embute sus mugrientos y callosos pies en unas abarcas de goma, da los primeros pasos alejándose de las maderas unidas con clavos a modo de cama, con un colchón de paja que apesta a orines agrios y rones de ceguera instantánea.
Los primeros pasos siempre le son dolorosos, por las grietas de sus talones, que hace mucho dejaron de sangrar, pero nunca de doler, y camina mentando putas, antiguas y desconocidas…
Entender sus palabras es una hazaña en si, por los labios que le quedaron torcidos hace mucho tiempo, debido al golpe emocional que significó para él la noticia de que su madre había muerto.
Tendría quizás doce años aquella tarde en la que esperaba  en un pasillo de hospital sin saber qué hacer, ni con quien hablar, a quien pedir una razón sobre la autora de sus días, que se había desmayado mientras caminaban llegando a casa, una de las primeras casas señoriales de la transitada Alameda cochabambina, hoy llamada ¨El Prado¨, en la que vivían ambos, ella como mujer rica, educada y de sociedad, heredera de la casa y de una pequeña fortuna familiar, y él como unigénito  consentido de esta.
Del padre nunca se supo, y la madre se desvivía por darle a su retoño todo lo que este le pedía, descuidando educarlo para el mundo real y cotidiano, que no tiene ni jamás tuvo nada de maternal con hijos consentidos que de pronto se ven destetados y a oscuras.
El momento de la necrológica sobre su mamá, vestía un pantalón corto de tela ploma, con tirantes en los hombros, y una camisa blanca, medias blancas hasta las rodillas y zapatos negros de cuero, con hebillas, como se vestía todo niño bien de aquel entonces para ir a la iglesia con su mamá,  y así amaneció en la cama de hospital en la que lo pusieron para recuperarse después de que se desvaneciera en la orfandad, aquella tarde había perdido además de su madre, la capacidad de hilvanar ideas y convertirlas en palabras coherentes, era como si se hubiera olvidado de repente como hablar.
Al ser heredero único, el resto de su niñez  y juventud no tuvo carencias importantes, solo soledad, y vacio emocional por la tremenda injusticia qué le había hecho Dios, según él veía, de quitarle a la mujer de su vida, y no había día en el que no culpara ni maldijera al supremo creador por ello.

Desde muy temprano en su juventud empezó a llenar ese vacío emocional con alcohol, que conseguía por intermedio de un grupo de malvivientes que de repente aparecieron como su familia, ocupando espacios en la enorme casa, y metiéndose en su vida como termitas, del mismo modo que el alcohol, que por unos pesos prometía el olvido y la paz de unas horas, esa paz nauseabunda que solo se encuentra en el fondo de una botella.
Sandro se detuvo en el tiempo, su cuerpo adquirió proporciones de hombre, pero su mente no, nunca recupero la salud mental que le permita hablar con claridad, pero tampoco estaba desquiciado del todo. Lo que nunca pudo hacer fue entrar de manera consiente al mundo real, su mente se quedo en aquel frio pasillo de hospital, y las confusas noches entre botellas de vidrio, gritos y resacas con el aliento podrido, eran solo muchas imágenes distorsionadas en el retazo de lienzo que había quedado de su mente.
Nada dura para siempre, y pronto aquella pequeña fortuna que heredó se vio muy reducida, Sandro y su improvisada familia de malvivientes se la habían bebido.
Estos, lejos de agradecer la vivienda o las libaciones gratuitas, empezaron a ponerse violentos cuando no había plata para pagar las botellas, destruyendo poco a poco la casa, y llevándose de mucho a poco, primero los considerables valores de la casa, y luego las sobras, hasta dejarla como un esqueleto de vigas, ladrillos y estuco, con las aristas justas para no desplomarse.
Sandro se vio otra vez solo, y para colmo, sobrio, y siendo un adulto que vestía emulando la indumentaria con la que lo vestía su madre, remangándose el pantalón para que parezca corto, usando camisas de cualquier color hasta acabarlas en su cuero, y un par de tiras de rafia modo de tirantes, vestido como la última vez en la que recordaba haber sido feliz.
Aprendió a fuerza del hambre a cuidar autos por unas monedas, también a lavarlos, y a usar una gorra para protegerse del sol, que sin embargo no hacía falta por la capa de tierra amalgamada con grasa que Sandro llevaba en la piel.
También a fuerza del hambre aprendió a pronunciar algunas palabras y formar algunas oraciones, que le facilitaban la vida en el mundo real.
-¡Muñns días mami,  muñns días papi! ¡Muñns días mami,  muñns días papi! -. Va saludando o quien se le cruce en su camino mientras entra a uno de los numerosos cafés y restaurantes del Prado, llevando una botella de plástico partida por la mitad, en la que los administradores del lugar le sirven varios sobres de té y agua caliente como todas las tardes, para que continúe su trabajo limpiando los autos de los clientes del lugar.
Para el todos son mami y papi a la vez, y no pierde razón, la señora que sale a pasear a su perro y al verlo le regala una moneda, el ejecutivo que lo ignora a diario entrando a su oficina, las parejas que se incomodan con su presencia en alguna de las bancas del Prado, o la abuelita que lo mira con desprecio en su paseo de la tarde, todo le recuerda  a su madre, y para él, todos lo somos.
Nunca recibió ayuda de ninguna institución, nunca nadie pregunto si había algún pariente vivo en algún lugar, si lo hubo, nunca vino a reclamarlo, o a intentar llevarlo a un lugar mejor, donde tenga cuidados…Sandro es un huérfano rico en la miseria,  que vive de monedas y pordioses, durmiendo sus resacas en las ruinas de una mansión millonaria que hasta el día de hoy se niega a vender, quizás por no entender lo que eso significa, libando en las noches  lo poco que le queda de vida del pico de alguna botella de licor mercenario.
Sandro es un hijo de todos.


DOÑA JULIA (Vivencia cercana)

  Doña Julia llevaba más de siete décadas vividas en esta tierra y en esta vida, llevaba también cinco hijos, y más de una docena de nietos,...