lunes, 25 de mayo de 2020

EL SIETE COLORES (Vivencia infantil)


En el rio que bordeaba la parte de atrás de la casa en la que vivían, Ivan, Alvaro y Marcio acostumbraban ver aves de todo tipo, era parte de sus tardes, después de jugar juntos o por separado, al futbol, a los autitos, a las cachinas, a los trompos,  o a intentar cazar lagartijas o serpientes que eran comunes en el lugar
 El rio era una suma de lugares interesantes, si se iba rio abajo podía llegarse a un par de estanques naturales con profundidad para nadar, con aguas diáfanas y pequeños peces, una piscina misteriosa que el tiempo había devorado y ahora era como un estanque lleno de algas y juncos de totora, muy buen lugar para pescar con los anzuelos fabricados por ellos mismos, con pedacitos de alambre de gallinero,  toda una rivera cubierta de algarrobos centenarios, que daban en su época las vainas mas gruesas y dulces, y siguiendo ese rumbo se llegaba al cruce donde pasaban los camiones y buses que iban al pueblo antes de que construyeran el puente, justo detrás de la escuela.
Si se iba rio arriba los lugares eran aun mejores, estaba el puente colgante, una acequia de riego que iba paralela al rio, pero en la ladera del cerro, o sea que arriba de este, la quebrada entre colinas que no se sabia a donde llevaba y el cerro de cactus espinosos, el bosque de alcornoques y álamos, llenos de nidos de pájaros carpinteros con camisa blanca, saco oscuro y la gallardía de su cabeza y penacho de cacique, con ese rojo intenso de emperador grana.
La curva en el rio que daba a un pequeño acantilado, haciendo un estanque enorme, llamado por los niños del lugar ¨La piscina de los Chinos¨, por estar detrás y debajo de un lote propiedad de una empresa china, que tenia una playa de roca solida, perfecta como plataforma de salto para clavados, para tomar sol o para sentarse cómodo a pescar sardinas o el pez gato del lugar, el suc´hi.
Era común ver en los paseos casi diarios todo tipo de aves, estaban los gorriones en bandadas de cientos, con su tono amarillo y gris, las palomas y torcazas, los horneros, los tarajchis y las golondrinas revoltosas, y ya mas raros pero muy cotizados por los niños, los halcones, las garzas blancas y las k´itagallinas, con sus patas enormes y cuerpos pequeñitos color café verdoso y brillante.
El interés de Ivan era un tanto mas científico que de Alvaro y Marcio, le gustaba inventariar lo que veía, a modo de álbum de cromos mental, Alvaro era menor y compañía fiel de travesuras, y Marcio aún más pequeño, quien no dejaba pasar oportunidad de tener una aventura distinta cada día junto a sus hermanos mayores, a veces a la fuerza, pero siempre estoico e infaltable.
A Ivan le gustaban los tordos, por su negro intenso, y los hermosos pájaros carpinteros, le llamaba la atención lo perfecto que era el circulo de puerta de entrada a sus nidos en los troncos, y la fuerza de sus picos, también le gustaban las garzas, en su caminata cuidadosa y acechante tras algún pez incauto…o la especie de Martin Pescador local, llamada Testigo, por el peculiar sonido de su canto, mas pequeño que sus primos multicolor, pero igual de hábil en la pesca, y con un elegante plumaje amarillo y negro.
Haber sido niño en un lugar así era un gran privilegio, las posibilidades de aventura eran casi infinitas, y mientras sus papas sabían que estaban juntos no había ningún problema, además el rio ofrecía refrigerios para todos los gustos en todo su trayecto, estaban los dulces algarrobos, verdes colorados o amarillos, según la época, las pasank´allas con su pulpa viscosa y dulce repleta de semillas negras, una que otra tuna, a veces llena de frutos deliciosos aunque llenos de diminutos riesgos espinosos.
Cada paseo en el rio era una aventura impredecible y memorable, y no era raro encontrarse con otros niños del lugar, pescando o cazando aves con sus ondas de madera, hechas con ligas cortadas de neumáticos, algunas hechas de ramas se c`achi c´achi, un árbol de madera muy dura que existe en la zona, que también era usado para hacer los más preciados trompos.
Uno de los trofeos más preciados por todos los primiparos cazadores era el mítico ¨Siete Colores¨ ave de la que no se sabían más que las historias, pues nunca se había visto uno ni volando, ni parado en alguna rama, ni siendo presea de algún afortunado.
Se decía que era del tamaño de un Hornero, y que en su plumaje tenia los 7 colores del arcoíris, en su forma más pura y viva, el cómo estaban ordenados los colores en el cuerpo del ave dependía de la boca que los narrara, y de la imaginación del que lo escuchara.
Ivan, Álvaro y Marcio no tenían un interés especial por cazar, pero les fascinaba la idea de aquel ave multicolor, y aun más la rareza de este, ver uno sería sin duda una adquisición única para su álbum de cromos mental.
Cierta tarde en la que ya volvían a casa, se detuvieron en una de las curvas que daba el río, pegada a una colina que había sido cortada por la corriente formando una pared de roca y arcilla en una de las riveras, donde también había un macizo  de arbustos verdes y espinosos, al ser esta parte del camino de mucha cotidianeidad, no le prestaban atención a menudo, sin embargo aquella tarde se detuvieron ahí porque a Marcio se le había metido una piedrita en el zapato, así que mientras eso se solucionaba, Ivan le prestó más atención a aquellos arbustos, y notó que eran como una puerta, y que en la parte de abajo, donde estaban las bases de los troncos, estos daban paso a una pequeña corriente de agua de color oxidado, que llegaba a unirse con el rio principal.
Esto significaba que  aquellos arbustos escondían un pequeño arroyo entre las colinas arcillosas, viendo que era posible meterse, los tres hermanitos iniciaron la expedición por aquella quebrada, que se abrió más interesante apenas cruzaron el portón vegetal, todos aficionados a las películas de aventuras, aquella ruta nueva, que nadie más conocía, se les abría como un mundo de nuevas aventuras.
Fueron subiendo con cuidado las piedras enormes cubiertas de musgo seco, yendo arroyo arriba, el agua era un  poco más clara cada vez, y la ruta que hasta ese entonces había sido indómita, no era nada fácil, no había un camino trazado por pasos, y los arbustos leñosos y espinosos cumplían muy bien con su deber de guardianes silenciosos y fieles.
Después de una cansada subida de unos doscientos o trescientos metros, llegaron a una roca enorme y redonda, que era un obstáculo que casi los obliga a regresar sus pasos, pero poniéndose de acuerdo, Álvaro poniéndole pie de gato a Ivan, luego Ivan halando a Álvaro, y Álvaro halando a Marcio, pudieron superar aquel escollo rocoso.
Ya encima de la piedra, empezaron a limpiarse lo que podían de tierra y barro de sus ropas, y alzaron la vista a lo que seguía del camino, pero este era el final, ante sus ojos estaba el lecho de una cascada, horadada quizás durante siglos en la piedra negruzca y arcillosa que formaba las colinas, como un pequeño cráter de meteoro, y de la cascada no quedaba más que un hilo de agua que aun hacia un esfuerzo antes de extinguirse, con una caída de unos veinte metros antes del epicentro circular del lecho, que era flanqueado por paredes de roca muy altas y húmedas, en los que habían crecido pequeños arbustos a modo de bonsáis, un descubrimiento increíble para los tres pequeños aventureros.
Los tres quedaron encantados con su hallazgo, nadie les había mencionado nunca ese lugar, lo que significaba que nadie lo conocía, así que les correspondía el derecho de bautizarlo con el nombre que ellos elijan, después de una corta discusión decidieron que sería "El Anicuni"nombre tomado de uno de sus juegos de campamento alrededor de una fogata.
Decidieron mantener el lugar en secreto y que sería su lugar especial para visitar, incluso tenían su ritual cantado como canto tribal de bienvenida que se entonaba con un lidera cantando y los demás respondiendo…
                                      Anicuni uha uha ni,
                                      Anicuni uha uha ni.
                                      Ya ya ya nica na ahia
                                      Ya ya ya nica na ahia
                                      Era la uni…. visi ni.
Nunca supieron lo que ese canto significaba, pero era el himno del Anicuni, que se volvió su centro de operaciones y lugar secreto desde su descubrimiento, en el hacían pequeñas fogatas, para freír la pesca del día, o para hervir agua de algarrobo, una delicia en épocas de frio.
Dentro del Anicuni anochecía más pronto, y una de esas tardes en las que ya era tiempo de volver a casa, empezaron a alistarse para el retorno, Ivan vio que Marcio se había quedado quieto mirando una de las paredes que flanqueaba el lecho de la cascada, hacia arriba, pero inmóvil, seguido por Álvaro que se quedo igual mirando desde su posición, viendo ambos lo mismo, Ivan busco en la pared lo que miraban con tanta atención, y a pocos metros de altura, en una ramita seca de las muchas que crecían y morían en aquella pared rocallosa, se encontraba un hermoso Siete Colores.
El ave parecía igual de sorprendida que los muchachos y los miraba del mismo modo, piando a modo de interrogación, como preguntando que qué hacíamos en su lugar especial, ladeando la cabeza de un lado a otro, esperando una respuesta a su canto inquisidor, y dando pequeños saltos en la rama, con impaciencia.
Los niños no atinaron a decir ni una palabra, solo miraron al hermoso pajarito cromado, y de verdad sus colores, los siete, brillaban vivos, ningún ave que habían visto antes se comparaba en colorido.
EL pequeño arcoíris alado se quedo solo unos minutos, y luego alzó vuelo, desapareciendo por encima de las murallas pedregosas del Anicuni, dejando detrás solo su colorido recuerdo en las mentes de los tres muchachos, que tuvieron la fortuna de verlo mucho antes de que el mundo se descompusiera y empezara a enjaular a todas las criaturas hermosas y coloridas que lo habitan.

SANDRO, EL HIJO DE TODOS (Vivencia cercana)


La luz del sol del amanecer se mete por una ventana destartalada, con un solo vidrio sano, que de todos modos hace mucho que no es transparente debido a años de hollín, polvo e historias reflejadas que la cubren por ambas caras, flanqueada por unos trapos percudidos que quizás antes fueron cortinas.
Un rayo de sol impertinente golpéa a Sandro en la cara, quien despierta balbuceando un par de improperios, que son su saludo habitual a este mundo de mierda en el que lé toco vivir.
Nadie sabe cuándo fue la última vez qué se lavo la cara, o si lo hizo alguna vez, nadie sabe su edad a ciencia cierta…Se levanta de la cama con la mismas piltrafas de ropa con las que se acostó las ultimas cien noches anteriores, y embute sus mugrientos y callosos pies en unas abarcas de goma, da los primeros pasos alejándose de las maderas unidas con clavos a modo de cama, con un colchón de paja que apesta a orines agrios y rones de ceguera instantánea.
Los primeros pasos siempre le son dolorosos, por las grietas de sus talones, que hace mucho dejaron de sangrar, pero nunca de doler, y camina mentando putas, antiguas y desconocidas…
Entender sus palabras es una hazaña en si, por los labios que le quedaron torcidos hace mucho tiempo, debido al golpe emocional que significó para él la noticia de que su madre había muerto.
Tendría quizás doce años aquella tarde en la que esperaba  en un pasillo de hospital sin saber qué hacer, ni con quien hablar, a quien pedir una razón sobre la autora de sus días, que se había desmayado mientras caminaban llegando a casa, una de las primeras casas señoriales de la transitada Alameda cochabambina, hoy llamada ¨El Prado¨, en la que vivían ambos, ella como mujer rica, educada y de sociedad, heredera de la casa y de una pequeña fortuna familiar, y él como unigénito  consentido de esta.
Del padre nunca se supo, y la madre se desvivía por darle a su retoño todo lo que este le pedía, descuidando educarlo para el mundo real y cotidiano, que no tiene ni jamás tuvo nada de maternal con hijos consentidos que de pronto se ven destetados y a oscuras.
El momento de la necrológica sobre su mamá, vestía un pantalón corto de tela ploma, con tirantes en los hombros, y una camisa blanca, medias blancas hasta las rodillas y zapatos negros de cuero, con hebillas, como se vestía todo niño bien de aquel entonces para ir a la iglesia con su mamá,  y así amaneció en la cama de hospital en la que lo pusieron para recuperarse después de que se desvaneciera en la orfandad, aquella tarde había perdido además de su madre, la capacidad de hilvanar ideas y convertirlas en palabras coherentes, era como si se hubiera olvidado de repente como hablar.
Al ser heredero único, el resto de su niñez  y juventud no tuvo carencias importantes, solo soledad, y vacio emocional por la tremenda injusticia qué le había hecho Dios, según él veía, de quitarle a la mujer de su vida, y no había día en el que no culpara ni maldijera al supremo creador por ello.

Desde muy temprano en su juventud empezó a llenar ese vacío emocional con alcohol, que conseguía por intermedio de un grupo de malvivientes que de repente aparecieron como su familia, ocupando espacios en la enorme casa, y metiéndose en su vida como termitas, del mismo modo que el alcohol, que por unos pesos prometía el olvido y la paz de unas horas, esa paz nauseabunda que solo se encuentra en el fondo de una botella.
Sandro se detuvo en el tiempo, su cuerpo adquirió proporciones de hombre, pero su mente no, nunca recupero la salud mental que le permita hablar con claridad, pero tampoco estaba desquiciado del todo. Lo que nunca pudo hacer fue entrar de manera consiente al mundo real, su mente se quedo en aquel frio pasillo de hospital, y las confusas noches entre botellas de vidrio, gritos y resacas con el aliento podrido, eran solo muchas imágenes distorsionadas en el retazo de lienzo que había quedado de su mente.
Nada dura para siempre, y pronto aquella pequeña fortuna que heredó se vio muy reducida, Sandro y su improvisada familia de malvivientes se la habían bebido.
Estos, lejos de agradecer la vivienda o las libaciones gratuitas, empezaron a ponerse violentos cuando no había plata para pagar las botellas, destruyendo poco a poco la casa, y llevándose de mucho a poco, primero los considerables valores de la casa, y luego las sobras, hasta dejarla como un esqueleto de vigas, ladrillos y estuco, con las aristas justas para no desplomarse.
Sandro se vio otra vez solo, y para colmo, sobrio, y siendo un adulto que vestía emulando la indumentaria con la que lo vestía su madre, remangándose el pantalón para que parezca corto, usando camisas de cualquier color hasta acabarlas en su cuero, y un par de tiras de rafia modo de tirantes, vestido como la última vez en la que recordaba haber sido feliz.
Aprendió a fuerza del hambre a cuidar autos por unas monedas, también a lavarlos, y a usar una gorra para protegerse del sol, que sin embargo no hacía falta por la capa de tierra amalgamada con grasa que Sandro llevaba en la piel.
También a fuerza del hambre aprendió a pronunciar algunas palabras y formar algunas oraciones, que le facilitaban la vida en el mundo real.
-¡Muñns días mami,  muñns días papi! ¡Muñns días mami,  muñns días papi! -. Va saludando o quien se le cruce en su camino mientras entra a uno de los numerosos cafés y restaurantes del Prado, llevando una botella de plástico partida por la mitad, en la que los administradores del lugar le sirven varios sobres de té y agua caliente como todas las tardes, para que continúe su trabajo limpiando los autos de los clientes del lugar.
Para el todos son mami y papi a la vez, y no pierde razón, la señora que sale a pasear a su perro y al verlo le regala una moneda, el ejecutivo que lo ignora a diario entrando a su oficina, las parejas que se incomodan con su presencia en alguna de las bancas del Prado, o la abuelita que lo mira con desprecio en su paseo de la tarde, todo le recuerda  a su madre, y para él, todos lo somos.
Nunca recibió ayuda de ninguna institución, nunca nadie pregunto si había algún pariente vivo en algún lugar, si lo hubo, nunca vino a reclamarlo, o a intentar llevarlo a un lugar mejor, donde tenga cuidados…Sandro es un huérfano rico en la miseria,  que vive de monedas y pordioses, durmiendo sus resacas en las ruinas de una mansión millonaria que hasta el día de hoy se niega a vender, quizás por no entender lo que eso significa, libando en las noches  lo poco que le queda de vida del pico de alguna botella de licor mercenario.
Sandro es un hijo de todos.


sábado, 23 de mayo de 2020

LLUVIA DE ESTRELLAS (Vivencia infantil)

Era muy frecuente que Ivan no pueda dormir, se pasaba muchas horas en las que debería estar descansando en los placeres oníricos soñando despierto, imaginando mundos fantásticos, futuros posibles, y otros no tanto, imaginado personalidades distintas, y también repasando las aventuras del día.
Sus hermanos dormían en el mismo cuarto pequeño, y ellos nunca dieron muestras de tener problemas para conciliar el sueño, a Ivan le costaba al menos un par de horas cada noche, tampoco sus papas, que dormían en el cuarto de lado, tenían ese problema.
Aunque para él había cierta normalidad en sus trasnoches, a veces el espacio de la cama restringía su paz y encerraba su mente…
Una de esas noches, en las que se encontraba más inquieto de lo normal y la mente no le alcanzaba para viajar hasta quedar dormido, decidió arriesgarse un poco y salir al patio, además que allí contaría con la compañía de su amado perrito, Snoopy, un pequeño mañazo adoptado, ya entrado en años, que fue así bautizado por tener los mismos colores del dibujo animado.
Bajó la escalera de la litera en la que dormía con mucho cuidado de no despertar a su hermano Álvaro, quien dormía debajo,  y pudo salir del cuarto y llegar a la sala sin problema, la parte riesgosa era abrir la puerta que daba al patio, ya que era una puerta ruidosa, y siempre era cerrada  por dentro con dos chapas.
Haciendo uso de todo el cuidado que pudo, logro abrir las chapas sin mayores sonidos, solo quedaba quitar el picaporte y abrir la puerta, que se movió con un lento chirrido en tono bajo, pero se abrió, dando paso libre al patio, sin embargo Ivan se mantuvo inmóvil unos minutos hasta estar seguro de no haber despertado a nadie.
La entrada de la casa tenía tres escalones que subían a la puerta principal, y eran un lugar cómodo para sentarse, desde las cuales podía verse casi sin ninguna interrupción hacia el horizonte, ya que por aquellas épocas, y por lo alejado de la ubicación de la casa era como estar en medio de la nada.
Dos postes de luz de la calle que apenas parecían velas, llenaban de sombras los espacios visibles, era una noche muy hermosa, con un cielo estrellado y con la temperatura fresca, pero de manera agradable.
El fiel y cariñoso Snoopy no tardo en notar la presencia de Ivan sentado en las gradas, y se acercó emocionado a recibir sus caricias detrás de las orejas y a saludar con sus cariñosas lamidas,
El saludo del amigo canino fue interrumpido de repente por una luz fuertísima, como la luz de un relámpago, pero sin trueno, que alumbro todo de repente, casi como si fuera de día, pero perdiendo su intensidad de manera muy lenta…
Ambos, niño y perro, quedaron en silencio y asustados por aquel destello luminoso que parecía no tener origen, sin embargo al ir bajando el resplandor, quedaba una línea de luz en el cielo, atravesándolo y dividiéndolo a la perfección en dos mitades, justo por encima de Ivan, como si el cielo encima de su cabeza fuera el punto de partida, y la colina del horizonte frente a él, el destino final.
La línea de luz que rayaba el cielo llegaba hasta el contorno del horizonte, y justo antes de perderse hacia como un garabato de luz…A los ojos de niño era una maravilla a la vez fascinante y pavorosa, pues las posibilidades eran muchas, solo que antes de salir con cualquier explicación o animarse a pararse y escapar, otro destello luminoso igual al anterior sorprendió a sus ojos, y detuvo sus pensamientos, siguiendo el mismo curso que el primero y dibujando otra línea paralela en el cielo, aquellas luces vivas eran lo mas sorprendente que Ivan había visto en los nueve años que tenía en esta tierra.
El lento desvanecer de la luz empezaba de donde habían aparecido, y de verdad era muy lento, la cola de aquellas serpientes luminosas iba adelgazando en brillo y en intensidad  poco a poco hasta desaparecer, sin embargo se quedaban más tiempo en el horizonte, formando lo que parecían ser arboles gigantes de luz, muy rectos, y coronados con el garabato brillante y la aguja luminosa que se iba desvaneciendo… A los segundos apareció otro, y luego otro más, Ivan llego a contar dieciséis  de esas maravillas luminosas, y luego perdió la cuenta.
Quizás todo había ocurrido en pocos minutos, sin embargo fueron eternos y hermosos para su fascinación de niño, quien después del rayo dieciséis  solo se dedicó a admirar aquel espectáculo cósmico, después del último trazo esperó al menos media hora más por si aparecía otro,  casi sin parpadear mirando al cielo en el cual las estrellas ya solo parecían un mero decorado, como un techo de casa antigua, sin ninguna vida.
Pero las luces no volvieron a aparecer.
Habiéndose despedido de Snoopy, entró a la casa para dormir, tomando todos los cuidados necesarios para no despertar a nadie, y ya en su cama, la emoción y las interrogantes sobre aquellos trazos de luz en el cielo lo tuvieron en vilo hasta que no pudo con el sueño y se durmió.
Ivan no era de compartir ese tipo de cosas con sus hermanos, ni con sus papas, y lo único que ellos notaron es que estaba más pensativo de lo normal, algo que tampoco era raro.
Las  noches  siguientes Ivan volvió a salir, esperando a que todos se queden dormidos, y teniendo el mismo cuidado en todo el proceso, esperaba  mirando el cielo durante un par de horas, lograba ver una que otra estrella fugaz, a veces estrellas más luminosas que parecían moverse, la hermosa luna y su dibujo que iba cambiando con los días, o los días malos en los que una capa de nubes no permitía ver el cielo más que a ventanazos muy cortos, los dedicaba a acompañar a su fiel y querido Snoopy… Pero el espectáculo de luces  no volvió a ocurrir.
Muchos años después, viendo un documental sobre fenómenos astronómicos, Ivan volvió a ver aquellas luces, esta vez en la pantalla del televisor, y por fín tuvo una explicación a todas sus preguntas de niño, quien en cierto momento llego a pensar que se había imaginado toda aquella experiencia, y que el recuerdo vivido habia sido solo un sueño. Lo que Ivan vio en palco privilegiado y como si el universo lo hubiera hecho solo para él, fué una Lluvia de Estrellas.
Nunca volvió a ver algo de aquella magnitud e intensidad, pero el insomnio tampoco lo dejó jamás, y como una especie de mézcla entre lección de vida y resignación, Ivan aprendió a amar la noche, a disfrutar su silencio y soledad, y a esperar siempre los regalos cósmicos que ella nos da.

TRES MINUTOS (Cuento Volatil)


Diego se sorprendió al encontrar parquéo justo en frente de la galería comercial, acomodó el auto con cuidado en la calle estrecha, justo delante de una petita roja.
Al girar de manera automática la llave en el contacto, el silencio repentino del interior del coche levantó su estado de alarma, como si se encontrara frente a faroles de vigilancia hostiles…Respiró profundo para calmarse, el pequeño pino oloroso colgado del retrovisor, donde también tenía un rosario y un llavero de Homero Simpson, terminaron su péndulo con cadencia.
Diego miró como si se tratáse de un ser vivo a la mochila que tenía apoyada en el asiento del acompañante, la acomodó con cuidado, dio un vistazo a la entrada de la galería, con algunas personas entrando, otras saliendo, nada inusual para la hora.
Reviso sus bolsillos y extrajo un pequeño escapulario en forma de corazón, y lo abrió, adentro un par de fotos de niños, la suya propia, con un corte hongo y un cerquillo vergonzoso que seguía siendo la burla y el encanto a los ojos de su madre, y la de una niña de ojos enormes quien luego fuera dueña de su corazón, de sus llantos y  de sus actos, desde que descubrieron juntos el amor que existe mas allá de la inocencia infantil: Natalia.
Besó con reverencia y amor la foto de la niña, murmurando casi en un suspiro -Por ti beba...-.
 Cerró el escapulario y lo guardó, agarró la mochila que llevaba, levantándola con mucho cuidado.
Bajó del carro y cerró la puerta, teniendo el cuidado de no cerrarla con seguro, ya que no quería tardarse al abrirla en él qué había previsto, sería un  apresurado retorno.
Se puso la mochila al hombro y caminó con tranquilidad, entrando a la galería con firmeza, como un cliente curioso más, y caminó un momento de manera pausada curioseando prendas en maniquíes, fingiendo interés por uno u otro modelo. Pero mirando y acercándose a su objetivo en su recorrido, una banca de descanso justo al frente de la tienda de artesanías.
Se sentó en la banca y esperó a no tener a nadie cerca, y menos al guardia de seguridad que hacia sus paseos despreocupado por el otro lado de la larga galería, muy cerca de la entrada.
Tomó asiento en la banca, apoyando la mochila a su lado, respiró un par de segundos, hizo como que ataba las agujetas de sus zapatillas, miró a ver por dónde andaba el guardia, y al verlo del otro lado de la galería, puso la mochila en su regazo, la abrió con cuidado, varios cables unidos al mecanismo de un reloj digital, dos botellas de gaseosa llenas de una substancia gris, todo unido con cinta aislante, se sintió orgulloso de su artesanía, y también sorprendido de todo lo que puede encontrarse en internet, cuando uno busca con más intensión que la de entregar un trabajo de la universidad.
El cabron ex jefe de Natalia, dueño de la tienda de artesanía, lo había visto solo una vez hace tiempo, así que no había riesgo de que lo vea y salga a saludarlo, o siquiera de que lo reconozca, ese malnacido nunca miraba a los ojos.
Natalia tardo mucho en decirle lo que ocurría, como  usaba las excusas más ridículas para tocarla, o abrazarla, como intentaba robarle besos en cada saludo, como se había dado cuenta de las miradas cargadas de lujuria sin disimulo, mientras ella estaba distraída haciendo alguna de sus obligaciones de encargada de tienda, las veces que recibía mensajes pidiéndole verse en su casa, sin ninguna razón más que "Emergencia laboral" y como ella tuvo que tolerar todo eso por necesidad.
Pues no más, la propia artesanía que él había hecho con tanto cuidado serviría de manifiesto personal, su propia forma de decirle que con Natalia no se metía nadie.
Programó el reloj conectado al dispositivo, pensó que tres minutos serian suficientes para abandonar la galería, subirse a su carro y desaparecer en el anonimato, luego disfrutar viendo en tv como recogían los restos de la tienda con pala, y quizás a ese gordo bastardo envuelto en una bolsa.
Los números empezaron su conteo regresivo, Diego cerró la mochila y con mucho cuidado la deslizó debajo de la banca, de modo que era muy difícil verla a no ser que se buscara a propósito.
Se levantó y salió caminando de la galería, sus latidos golpeaban con tanta presión sus venas y arterias que podía sentirlos en todo su cuerpo, como una marcha triunfal, como un himno de rock clásico que iniciaba su cadencia, apenas noto los dos escalones, la acera y la pequeña calle que había que cruzar para llegar a su auto, tampoco respondió a la despedida del guardia, que le dijo un -Hasta luego señor-. en tono automático.
Se subió a su auto y el mundo pareció detenerse, no lo había notado antes pero estaba empapado de sudor, intento calmarse para girar la llave en el contacto y arrancar... La mirada se le puso un poco borrosa…Respiró profundo y bajo la ventanilla para que entre aire fresco.
Logró arrancar el auto y miró por el espejo lateral para partir, y a través de este pudo ver la entrada a la galería, y algunas personas entrando, entre ellas la visión que convirtió su sangre y sudor en hielo de manera instantánea…Natalia.
Giró rápido la cabeza para cerciorarse de que fuera ella, y no quedaba duda, esta se perdió en el umbral de la entrada entre las otras personas y los maniquíes.
Ella había conseguido otro trabajo hace unos días, y lo último que lé contó a Diego respecto a su cargo de encargada de la tienda de artesanías, fue que su jefe aún le adeudaba el pago de dos semanas.
Ponerse a pensar en razones era algo para lo que Diego no tenía tiempo alguno, bajó del carro y camino lo más rápido que pudo hacia la entrada de la galería, con las piernas respondiéndole con incertidumbre, por la mezcla entre terror y adrenalina, no quería correr ni hacer nada que levante sospechas en el guardia o en los clientes.
Entró a la galería y era obvio que Natalia se había dirigido a la tienda de artesanías, llegó a la entrada de esta y viendo a través de los cristales se consternó al ver que no estaba allí, sus latidos se detuvieron, y el sudor frio le erizó la piel, empezó a buscar en las tiendas que se encontraban a lado, y al frente, entre las personas que caminaban, entre las que se encontraban sentadas en las otras bancas y nada… ¿Cómo pudo ser? Se preguntaba si había visto mal debido a los nervios de la fuga.
No había revisado cuanto tiempo le quedaba, así que decidió que la mejor opción era desactivar el reloj detonador de su dispositivo.
Vio que en la banca donde se encontraba la mochila, había sentada una pareja, y para peor, el guardia de seguridad se encaminaba hacia él desde la entrada, sin una intención evidente, pero caminaba hacia él, así que no podía hacer nada que no hiciera un cliente normal sin que este lo notara, cada segundo parecía una eternidad, pero el tiempo no se detenía, y el miedo empezó a nublarle la razón, quedaba la opción de salir corriendo, y que pase lo que pase, pero ¿Y Natalia? Estaba seguro de que la había visto entrar.
Decidió que sacaría la mochila y la apagaría, sin importar lo que ocurra después, ni las consecuencias,  se agachó a toda prisa asustando a la pareja que se encontraba en la banca, y sacó con cuidado su preciada y peligrosa creación.
Por los nervios abrió mal la mochila, el sudor frio y su estado mental no eran para nada calmados, y detener el reloj requería de una serie de pasos precisos para que no falle, estos decidieron ausentarse de su mente, que quedó en gris, a sus manos también se les fue cualquier tipo de control que tuvieran, quedando agarrotadas, como las patas de un ave que acababa de morir.
Casi llorando alzó la vista con la intensión de respirar y aclarar por unos segundos sus acciones y poder desactivar la tragedia que se avecinaba, al hacerlo miró casi por reflejo hacia la entrada de la galería, y pudo ver con toda claridad el perfil de Natalia, saliendo de esta, y perdiéndose en el lateral de la acera, perdiéndose en la luz.
No hubo nunca en su vida un alivio tan grande, una paz tan inmensa y un silencio tan lleno de calma, todo el aire que le faltaba le regresó a los pulmones, toda la claridad a la mente, y todo el control a sus manos, recordó los pasos para detener el reloj que descontaba segundos a su destino, y lo miró para ponerse en acción,  la pequeña pantalla le mostró lo último que verían sus ojos llorosos… ¨3, 2, 1¨.










lunes, 18 de mayo de 2020

ROBERTA (Vivencia cercana)

ROBERTA
Todas las tardes alrededor de las seis, en la Estación de Policía de la zona norte, entra Roberta, como a su casa, ella es pequeña y delgada, como una niña antigua, con sus más de sesenta inviernos encima, pero con la espalda y la dignidad aún muy firmes sosteniendo sus pasos.
Camina sin dudarlo y sin mirar a nadie a la máquina de café de uso común en la recepción de las oficinas, se sirve la humeante bebida en una taza metálica que ella misma lleva, se sienta y lo toma sorbo a sorbo con los ojos perdidos y la mente en otro mundo.
Cuando algún oficial novato la ve ingresar a la Estación por primera vez, e intenta preguntarle algo o detenerla con un -Señora ¿En qué puedo ayudarle…?-. Sale en su defensa algún oficial veterano aplacando -Tranquilo camarada, todo bien-. Y Roberta prosigue con su ritual diario, no sin antes extender una mirada de agradecimiento al oficial que intervino.
-¿Cómo esta Carlos?-. Pregunta de manera plana, como leyendo de algún guión establecido para esas raras circunstancias en las que tiene que hablar por alguna razón.
Hace mucho que Carlos se había jubilado, ya se lo habían dicho, muchas veces, ella parecía escuchar la respuesta con atención, pero después de unos segundos sus ojos volvían a perderse y su mente se evadía otra vez de este mundo.
Aunque no era pobre o andrajosa, se notaba que sus ropas y su vida habían vivido tiempos mucho mejores, y era notorio también que no era seníl ni tonta, su mirada y sus pensamientos se perdían a propósito, y los mundos a los que se iban los escogía ella.
Los agentes más antiguos en la estación no sabían de ella más que lo necesario, que vivía cerca y que llegaba caminando, que era una persona sin maldad, que no tenía a nadie en el mundo, y que faltar a su café de la tarde era raro en extremo.
La situación a nivel mundial se vio trastornada por confinamientos y cuarentenas debido a una enfermedad respiratoria viral, lo que implicaba la posibilidad  de que Roberta, por sus muchos años, sea una de las víctimas, entonces decidieron decirle que no estaba bien que siga yendo a la estación, y que tenía que confinarse en su casa.
Pero ella seguía llegando cada tarde, incomodando cada día más a los oficiales, y a las personas presentes, pues además no llevaba ningún tipo de protección contra la enfermedad.
Intentaron decirle diferentes oficiales, y de diversas formas, Roberta parecía entender razones y escuchar, pero al día siguiente estaba cruzando la puerta a la misma hora, con su tasa metálica en la mano.
Un oficial superior que por su posición de mando había estado ajeno a las situación, escucho a un grupo de subalternos hablando al respecto, y pidió que en la tarde cuando Roberta vuelva, se lé notifique.
Lo hicieron así en cuanto vieron entrando a Roberta a la estación, el óficial superior agradeció, y parándose frente a ella le dijo con voz calmada-Señorita Roberta, tengo un encargo para usted, és de Carlos, me pidió que le diga que por favor se quede en su casa a partir de hoy, la situación es riesgosa y puede usted enfermar-.
Roberta escucho con una atención diferente, aterrizando, y mirando a los ojos de su mensajero, sin despedirse asintió con la cabeza y salió de la estación con determinación y prisa.
No volvió durante tres días.
El cuarto día, los oficiales de la recepción, tan acostumbrados a su presencia casi fantasmal, la empezaron a extrañar y se preocuparon de que algo malo le haya pasado, entonces pidieron al oficial superior, el mismo que le había dado el falso mensaje a Roberta, la dirección de su casa y autorización para ir a cerciorarse de que todo esté bien.
Este decidió ir con ellos, lo hicieron en una patrulla, tardaron pocos minutos en llegar a la casa, que no quedaba  a mas de cinco cuadras de la Estación, y encontraron a Roberta caminado hacia su puerta, empujando un carrito de bebe muy antiguo y desgastado, en el que llevaba algunas legumbres, pan y cosas que parecía haber comprado en el mercado.
El oficial de recepción, con el que Roberta tenía más confianza, le preguntó desde la patrulla -¿Cómo esta Roberta, todo bien?-. Ella respondió con un movimiento de cabeza, como asintiendo, el oficial le dijo con voz más firme -No está bien que este caminado en la calle sin protección Roberta, tiene que quedarse en casa, puede usted enfermarse-.
Si lo escuchó no dio muestras de que así fuera, entonces el oficial superior le hablo:
 -Señorita Roberta, Carlos me encargo que le diga que por favor se meta en su casa, y que tenga cuidado cuando salga para no enfermarse, que llame a este número si necesita algo y que algún óficial estafeta se encargará de traerle su café cada día.
Roberta se detuvo y esbozó una sonrisa, y hablando con mucha claridad respondió -Muchas gracias, por favor dígale a Carlos que Dios lo bendiga y que se cuide, y que así lo hare-.
Entró a su casa y cerró la puerta de madera.
Los oficiales quedaron intrigados con los hechos, y como habían sido resueltos por su oficial superior, era la segunda vez que invocando a Carlos, Roberta escuchaba el mensaje y lo obedecía.
Este no fue indiferente a sus miradas de interrogación, y contó:
Hace unos 35 años Roberta iba a casarse con su prometido, un tal Julián, ambos esperaban un bebe y las nupcias se acercaban. Era una pareja muy linda y conocidos del barrio.
Una noche entraron ladrones a su casa, por la fuerza, sometieron a Julián quien quiso defender a su futura esposa e hijo, pero los ladrones se vengaron atacando con ferocidad, matando a Julián y dejando a Roberta muy golpeada.
Ella sobrevivió después de un par de meses hospitalizada, pero el bebe no, después de un tiempo recupero su salud, pero parte de su mente y corazón se perdieron para siempre.
Nunca volvió a tener pareja que se sepa, ni a hablar más de la cuenta con nadie.
Carlos fue el oficial asignado a su caso, quien la recibía todas las tardes con un café, para contarle los avances sobre la investigación.
Roberta parecía odiar a Carlos algunos días por no darle ninguna buena noticia, ni sobre los ladrones ni sobre sus cosas robadas, y el oficial Carlos de verdad lo intentaba y sentía mucha frustración al verla cada tarde y decirle entre sorbos de café que no había ninguna novedad…Así pasaron varios meses.
No se pudo atrapar nunca a los ladrones, el caso se fue enfriando y se archivó, sin embargo Roberta no dejó de ir a la estación por razones y noticias ni un solo día, algunos días ella y Carlos no intercambiaban ninguna palabra, solo miradas que lo decían todo, y ese todo era nada, nada de novedades, nada de respuestas.
Del mismo modo la vida se le fué apagando a Roberta, primero en los colores, cada vez más opacos, luego en los pasos, cada día más lentos, y en la mirada, cada vez mas perdida…
Un par de años después, cuando ya era costumbre su presencia espectral a la misma hora, Carlos la recibió de manera diferente, la saludó y le invito el café habitual, antes de decirle nada entro a su despacho y salió con una pequeña caja de cartón, solo dijo-Por favor vea esto Roberta-. Alcanzándole la caja.
Esta la abrió con extrañeza, y empezó a sacar uno a uno los objetos que había dentro, primero una pequeña hoja de papel que parecía una lista, una sonajera, un marco de fotos que parecía de cobre, un topo dorado muy ornamentado, y por ultimo un anillo plateado, coronado con una piedra luminosa.
Roberta se quedo inmóvil sosteniendo el anillo frente a sus ojos, que recobraron su brillo, pero a la vez se cargaron de lágrimas contenidas, anegando no solo sus parpados,  también los de los oficiales que se acercaron a ver lo que ocurría.
Casi murmurando y conteniendo un escollo en la garganta, soltó un sentido ¨Gracias¨ y abrazó al corpulento policía, quien agradeció el gesto con unas palmadas en la escuálida espalda y asintiendo con la cabeza, en lo que parecía también un pedido de perdón.
Roberta se fue de la estación llevándose su caja.
Al poco tiempo Carlos fue destinado a otra estación, y a los pocos años se jubiló, Roberta no dejó de ir a la estación ni un solo día, siempre preguntaba por él y se tomaba su café en silencio sin importar las razones que le dieran...Y así hasta ahora.
Carlos es el único policía al qué hace caso y respeta, pues aunque no haya resuelto el caso del todo, entre las cosas que le devolvió en aquella caja de cartón estaba ese pequeño recuerdo que pudo sostener a Roberta después de todos estos años, aquel anillo plateado fue con el que su novio Julián pidió su mano.

EL ATRASO (Vivencia fantaseada)

EL ATRASO
Saliendo de la penumbra de aquél recinto, la luz solar me pegó como a vampiro con resáca, algunos de esos cursos y talleres deberían ser recetados para curar el insomnio… Urgía una dosis fuerte de cafeína.
La sensación de sopór era profunda, tanto que después de aquel deslumbramiento solar, que desapareció entre las sombras de edificios y arboles, perdí la noción del tiempo, era esa hora precisa en la que no hay certidumbre sobre si esta amaneciendo o anocheciendo, incluso con el efecto de remordimiento, en mi escasa conciencia,  por haber desperdiciado un día durmiendo.
Estaba con tiempo de sobra antes de una reunión con un amigo, así que decidí ir al café de todas las tardes, en la esquina de la Plaza Principal, a solo unas cuadras de distancia, y esperarlo tomando un espresso.
Además no quería perderme la sorpresa de quienes atienden el café, ni de mi amigo, por mi nueva apariencia, que pasó de ser de rockero melenudo en toda regla, a conscrípto en su primer día de enlistamiento, sin más razón que él que me diera la gana, quise un cambio, y me rapé a cero.
Entrando al café las reacciones no decepcionaron, fueron más de cuatro años de cuidadoso cultivo capilar que quedaron en el piso de aquella peluquería.
Quise sentarme en mi mesa de siempre, pero estaba ocupada, así que me senté en la barra, donde aun había un cenicero con los restos humeantes del cigarrillo de la ultima cliente, y lo sé por el hermoso carmín rojo que teñía la punta de aquella colilla.
Después de haber hecho mi orden, toda la sarta de pensamientos y fantasías que suelen atacarme en mis silencios de café y cigarrillo,  se detuvieron en seco al sentirme atravesado por una mirada.
Era una mirada penetrante, ansiosa y decidida, era casi una mordida… No era el tipo de mirada que uno intenta evitar, al contrario, daba la sensación de que lo único posible afuera de ese enfoque,  era el destierro de la muerte.
Era un hermosa mujer, que sin ningún disimulo quiso encandilarme con sus ojos, y al ser esta una novedad interesante para mí, me deje llevar a ese juego de seducción silenciosa.
Los escasos segundos que usé para endulzar mi café y probar el primer sorbo sirvieron de distracción para que aquella mujer de presa se levante, se acerque a mí sigilosa y me diga susurrando al oído -Te espero en el auto azul-.
Es increíble cómo se ralentiza el tiempo cuando la mente corre, en especial si corre tras unas hermosas caderas… Los dos o tres minutos que tardaron en cobrarme el café a medias duraron como un invierno.
El auto azul estaba a pocos pasos de la puerta del café, me acerqué y antes de entrar me cercioré de que era el correcto viendo hacia el interior, en el asiento del conductor estaba ella, aún más hermosa de cerca, y con un aroma de mujer que se metía por los poros.
Arrancó el auto y avanzó a la velocidad que le permitía el tráfico, el silencio para mi és siempre la mejor opción, pero en este caso habían demasiadas cosas calladas, y quise presentarme, ella se adelantó a este impulso deteniéndome con la mirada, y me dijo
 -Hablamos después… -. Me acaricio la rodilla y parte del muslo con una sutileza de gata, puso sus manos en el volante y arrancó.
El edificio de departamentos donde estacionamos solo estaba a unas cuadras del café, subimos en ascensor, con el silencio apenas interrumpido por nuestra respiración, y algún simulacro de sonrisa que se quedaba a medias.
Entrando al pequeño departamento en el cual lo primero que se sentía era un olor que era una peleada mezcla entre  incienso de lavanda y humo de cigarrillo, me invitó entrar a la pequeña sala, en la que había un sofá enorme, que daba la impresión de haber crecido en el lugar donde estaba, no parecía posible haber sido metido allí… Con un movimiento de bailarina hizo un giro quedando frente a mí, muy cerca, sus labios se unieron a los míos, pero no era un beso, era una presentación, como diciendo <<Aquí estamos…>> Se alejo lo apenas suficiente para decirme  -Te queda muy bien el rapado-. Giró alejandose y tomando una botella de vino que esperaba en la mesa de la sala, sirvió una copa y me la invitó.
Dijo volver en un momento y salió de la sala, quedando yo en pie, con la copa de vino en la mano y con tantas cosas en la mente como se me permitía antes de colapsár y quedár en blanco.
Me senté en el sofá después de un par de minutos de curiosear el pequeño librero que allí tenía, tomé otro sorbo de vino… Ella apareció en la puerta, desnuda por completo, esplendida,  usando apenas una especie de chall de tela translucida a modo de inverosímil abrigo, y coqueteando en el marco de la puerta como modelo de calendario antiguo.
Se me acercó con pasos medidos, y usando el chall para enlazarme por detrás de la cabeza, me haló hacia sus labios, en un beso muy intenso, pero sin dejarme parar del sofá, ella se sentó encima mío y empezó a besarme el cuello, subiendo hacia mi oreja izquierda, mientras con su mano acariciaba mi pecho e iba abriendo los botones de mi camisa uno a uno… nos fundimos uno con otra con una intensidad que da para otra historia.
Quedamos exhaustos y a medio morir en su sofá, me quedé dormido de manera profunda, pero solo unos minutos, y al despertar  ella ya no estaba a mi lado, me vi solo y desnudo en un departamento desconocido, y en una situación desconocida…Empecé a vestirme repasando los hechos en mi cabeza, aun agotado por el encuentro cuerpo a cuerpo…Al ver la hora en mi reloj noté que ya estaba atrasado para la reunión con mi amigo, así que empecé a apurarme.
Ella me sorprendió con un -Hola-. Desde la entrada a la sala, ya vestida y secándose el cabello aún mojado por la ducha que acababa de tomar, me dijo
-Dame un minuto, tengo algo más para ti-. Y empezó a marcar un número en un teléfono inalámbrico que levanto de la mesita de la sala… En aquél silencio alcancé a escuchar un par de timbrazos del otro lado de la línea, y como alguien atendió, ella dijo -Hola, soy yo…si, sigue aquí, te paso…-. Y me alcanzó el auricular.
Lo acerqué a mi oído con total incertidumbre, como si fuera a escuchar a mi misma muerte, y solo dije -¿Hola…?-. Me respondió una voz masculina desconocida por completo, diciéndome -Hermano, sé que estas pasando una mala racha con tus cosas, pero un cumpleaños es solo una vez al año, así que hay que aprovecharlo, espero que hayas disfrutado tu regalo, sé lo jodido que eres escogiendo tus minas… jajjaja, un abrazo y felicidades, nos vemos…-. Y colgó.
Lejos de aclarar un poco la situación, quedé mucho más confundido y con más interrogantes, que quizás ella podría aclarar, pero adelantándose a mis intenciones, me detuvo en seco con lo último que abría de escuchar de sus labios -Por favor vete, espero a alguien, la puerta está abierta… A sido un placer, me gustaste mucho, no te preocupes por el pago, tu amigo canceló todo…Chau-.
Decidí bajar los cinco pisos por las escaleras a modo de aclarar mi mente, y para no cruzarme con nadie en él ascensor,  lo primero que vino a colar es que mi cumpleaños distaba al menos cuatro meses en cada dirección del calendario, lo cual eliminaba la posibilidad de que se trate de algún bien intencionado pero olvidadizo amigo.
Aparte yo siempre he sido reácio a festejos de cualquier índole, y aún peor por algo tan fútil como nacer, en todo caso el festéjo tendría que haber sido para mi madre.
Lo de "Ser jodido escogiendo mis minas" Era un rotúndo no, al menos en el plano físico, así que en definitiva, no era yo a quién le hablaba el misterioso amigo.
Decidí ir al café de la plaza, por si mí amigo me esperaba aún, caminado en este mundo, pero intentando atár los cabos sueltos en aquel pequeño satélite mental en que sé convirtió ese departamento con olor a lavanda y cigarrillo.
Llegué al café y mi amigo ya no estaba allí, mi mesa de siempre estaba libre así que me senté en ella, hice mi orden y al hacerlo di un vistazo a todo el ambiente por si acaso, entonces noté lo que llenaría todas las respuestas a las interrogantes que me había estado haciendo desde la primera mirada de aquella mujer misteriosa, en la barra donde yo me había sentado antes, estaba sentado un sujeto como de mi edad, con el cenicero lleno de colillas, muy malhumorado a la vista...Y con la cabeza rapada.
Disfruté mi taza de espresso sorbo a sorbo y sonrisa a sonrisa, al terminar pedí la cuenta, y le pregunté a la mesera cuanto tiempo llevaba ahí el sujeto de la barra, me dijo que alrededor de dos horas…
Cancele la cuenta, me dirigí a la puerta conteniendo apenas una sonrisa para conmigo mismo, me arregle el cinturón y vi mi reloj, hora de ir a casa, nada de qué arrepentirse, al fin y al cabo una cosa así puede ocurrirle a cualquiera.

DOÑA JULIA (Vivencia cercana)

  Doña Julia llevaba más de siete décadas vividas en esta tierra y en esta vida, llevaba también cinco hijos, y más de una docena de nietos,...