martes, 13 de abril de 2021

DOÑA JULIA (Vivencia cercana)

 

Doña Julia llevaba más de siete décadas vividas en esta tierra y en esta vida, llevaba también cinco hijos, y más de una docena de nietos, había vencido casi todo obstáculo que había surgido en el camino que había escogido para recorrer, y lo había hecho entera, siempre con una sonrisa amable para los extraños, y un amor infinito de madre y de abuelita.

Llevaba también una carga indeseada, y muy pesada, que hacía lentos y cansados sus pasos, y la obligaban a guardar un silencio que muchas veces se confundía con desinterés o cansancio senil…  ese silencio que solo ocurre cuando la tristeza inmensa silencia una vida de compañía, de complicidad y de amor, silencio de luto, un luto cerrado, y cerrado de verdad, con siete candados, luto que llevaba debido a la pérdida de su esposo y pareja de toda la vida y de todas las mejores horas de su pasado; su amado Emilio.

Lo único que no llevaba luto en ella era su cabellera, que era plateada, no existía una sola hebra de  color en aquella suave, hermosa y ondulada corona de sus días, y de sus lágrimas, que sumaban cada uno de sus hilitos de plata, y cada una de las noches en blanco y en soledad.

La vida le había quitado su par, su ¨nosotros¨, y la fuerza que la mantenía en esta tierra era suficiente para mantenerla viva y bien para su familia, pero no para ella misma…Desde el momento que se vio sola, no había aire que al refrescara, voz que la consolara o música que la bailara.

Más que vivir cada día, lo que doña Julia hacía era cumplirlos, cumplir con despertar, cumplir con desayunar, cumplir con el ritual de existir cada día, cumplir con la gente que no notaba que sólo era parte de ella la que aún existía…

Los compromisos sociales solían ser la parte más difícil, saludar con una sonrisa incompleta y pretender disfrutar de las comidas o de las charlas…Responder a la pregunta que siempre llegaba: -¿Doña Julita, ya supero su perdida?-  y la ganas de gritar que- ¡NO!- Escondidas detrás de un - ¨Ya mejor, gracias…¨- y luego sentarse en silencio hasta que la hija o alguna nieta le decía:- ¨Vámonos abuelita…Ya es tarde…¨

Fueron años en que la oscuridad de su luto se había vuelto parte de sus días, y aunque había una lucha interna incesante por volver a ser feliz y completa, la razón no acababa de llegar.

Por esas idas y venidas que tiene la vida, doña Julia tuvo que regresar a su pueblo natal, viaje largo y en bus, muy cansador para sus ya cansados huesos, sin embargo cada kilómetro recorrido parecía darle nueva fuerza a sus latidos, y nuevo color a sus recuerdos desteñidos por los años, pensaba en su casita, en el río, en los árboles que daban vida a su jardín…En la plaza del pueblo donde lo conoció e inició su  historia juntos.

Ella logro ver en la ruta cuanto tiempo había pasado, cuantas decenas de lunas llenas…Y por un juego cruel de la luz, veía de manera intercalada con el paisaje exterior, su propio reflejo en la ventana, cada una de las líneas en blanco y negro que le había dibujado la vida, en una especie de sincronía y contraste con los kilómetros que ella recordaba tan diferentes en su memoria gastada por  tanto trajín.

Alcanzó a ver cási como un borrón la única señal que le interesaba de aquel camino serpenteante…La cruz que marcaba el lugar en tiempo y espacio desde el cual ella continuó la vida sola, debido al descuido de un chofer inconsciente, que por pasar varias noches sin dormir y conduciendo, dejo a varias personas, además de doña Julia, sin dormir y sin rumbo, en soledad y orfandad sin posibilidad de remedio ni desquite.

Fue tan rápido el vistazo que no alcanzó siquiera a que la alcance la nostalgia, con su ya acostumbrada y exagerada carga de tristeza… Solo fueron un par de segundos en el camino.

El bus cojitranco los entregó masticados en el destino, aquel pueblito de sus primeras luces, doña Julia sintió sus pulmones llenarse del aire de su infancia, de los olores que ni siquiera sabía que extrañaba… el pan de la esquina, el olor a tierra recién arada, olor a eucalipto, a leña quemada, á café recién tostado, a sultana y a hierba mojada… Era aroma a tiempos felices, y así se sintió en cada paso desde que bajo del bus hasta que logro conciliar el sueño en la cama de sus primeros sueños.

La ciudad en la que vivía tenía una humedad mañanera que le hacía doler los huesos, sin embargo despertar en su pueblo natal, con otro tipo de humedad, con una noche y un calor diferentes, la hízo sentir renováda, éra como que su cuerpo se nutría de aquella tierra y aire que vio su origen…Se sintió como no recordaba que podía hacerlo, su nieta que la había acompañado en el viaje se sorprendió al encontrarla en la cocina, preparando el desayuno, aún con su camisón de dormir, y descalza, como flotando…Tenía calentando la sultana en la pava y preparaba sus pancitos de plátano, que hacían las delicias de sus hijos y nietos.

También había un brillo diferente en sus ojos, una forma diferente de moverse, se hubiera dicho que alguien le inyectó vida… La nieta incluso creyó ver un esbozo de sonrisa en aquella carita arrugada.

La mañana y la tarde de aquel día pasaron como un suspiro, caminando y reconociendo lugares, saludando recuerdos y personas de muy antiguas historias, doña Julia del brazo de su nieta, contándole con voz muy medida y cuidando cada palabra,  los pedazos de aquellas historias en cada lugar que visitaban y que le devolvían alguna pieza de ese rompecabezas enorme que fue su infancia y parte de su juventud.

La razón de haber regresado era el festejo de cumpleaños del último pariente vivo que quedaba en aquel pueblito, programado para esa noche, con cena y baile.

Después de haber aplanado caminando casi todo el pueblo que ella añoraba, y de haber desdoblado y puesto a orear cientos de recuerdos, volvieron a la casa alistarse para la cena de cumpleaños, Doña Julia tomo un refrescante baño con agua fresca, escanciando el agua sobre su cuerpo con una tutuma, como había aprendido a hacerlo desde niña, y que aún en la comodidad de la ciudad y sus regaderas de temperaturas indecisas, consideraba era la única forma correcta de tomar un baño.

Se puso un vestido negro, sus zapatitos plateados y ella y su nieta caminaron con paso decidido a la casa del cumpleaños, siendo entre las primeras invitadas en llegar.

Las recibió la esposa del cumpleañero, con mucha alegría, y con un abrazo que parecía cerrar un ciclo en la vida de ambas mujeres septuagenarias.

Se sentaron en unas sillas dispuestas al lado de la pared,dejando el espacio de la sala libre para el baile, mientras sonaba una cumbia antigua en un radio que funcionaba gracias a composturas improvisadas después de años de haber cumplido su vida útil, mientras un garzón servía a los invitados la mezcla típica del pueblo, singani con jugo de naranja, conocida como ¨Yungueño¨ , doña Julia había sido abstemia desde el accidente con su esposo, también a modo de luto, pero algo en aquélla noche, en aquél pueblo suyo, en aquél momento, hicieron que acepte la copa que le ofrecían con aquel licor amarillo aterciopelado…

Mientras llegaban los invitados, un pequeño grupo de músicos alistaba parlantes y conexiones, jalando cables y afinando sus instrumentos, doña Julia sorbía de su bebida, y con cada trago sentía un tibio en la garganta y en el alma, un tibio reconfortante, que no había sentido hace mucho, mucho tiempo… El conjunto musical empezó a tocar y cantar…Doña Julia sentía como cada golpe del bombo, cada bordón y rasgueo de guitarra y cada silbido de las quenas despertaban en su ser  fibras de alegría y entusiasmo que habían estado hibernando por décadas, recordada además, las fiestas con su Emilio, como bailaban juntos y como él había ganado su corazón con un pañuelo blanco ondulando de su mano, al son de una quimba en la que él le entrego su vida a cambio de su amor eterno.

El grupo musical hizo una pequeña pausa y empezó la siguiente canción con un rasgueo enérgico en el cual doña Julia reconoció aquella cueca de su único amor, los aplausos que eran como un latido de corazón, pero con dos tiempos,  sonaban y la golpeaban a ella en lo más profundo de sus nostalgias y cada vez con más fuerza, produciéndole unas insoportables ganas de bailar.

Hasta ese momento ninguna pareja había tomado la iniciativa del baile, quizás por ser temprano en el festejo o por estar esperando la cena, la menuda ancianita se sintió trasportada por aquel ritmo y empezó a caminar con paso valseado hacia el centro de la sala, procurando un pequeño pañuelo con bordes de encaje de su bolso, vio que en la pista la esperaba aplaudiendo su Emilio, tal como ella lo recordaba, gallardo y con un pañuelo blanco apoyado en su hombro,  una enorme sonrisa se le dibujó en su rostro y los ojos se le llenaron de lágrimas de felicidad, que intentó esconder coqueta detrás de su pañuelo mientras se acercaba a su pareja.

Los invitados y la nieta vieron con sorpresa como la abuelita mustia se convertía de repente en una grácil bailarina, que agitaba el pañuelo como si fuera una paloma queriendo irse volando de su mano, al ritmo de aquella cueca, y adornaba su valseado con pasos dobles, sonrisas y giros, como flotando en su propio cielo…La alegría se contagió a todos, pero nadie quiso interrumpir aquel baile que parecía en solitario, pero que doña Julia tenía en realidad con su Emilio…Bailó desbordada de alegría, llegando a la parte de la quimba en la que aplaudieron todos, compartiendo aquél entusiasmo de una vida que reiniciaba con un ritmo de zapateo, y gritos y aplausos de dos tiempos de alegría, alegría doble.

 Era una anciana recién nacida, que se acercó valseando con mucha ternura a aquel recuerdo donde lo esperaba su Emilio arrodillado y mirándola para siempre a los ojos con su pañuelo en alto, justo antes de la explosión de aplausos entusiastas por parte de todos los invitados al rasgueo final de la cueca, con una mirada de despedida y amor para siempre, que le permitió a partir de aquél momento  continuar feliz y completa hasta el último de sus días.

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