lunes, 18 de mayo de 2020

ROBERTA (Vivencia cercana)

ROBERTA
Todas las tardes alrededor de las seis, en la Estación de Policía de la zona norte, entra Roberta, como a su casa, ella es pequeña y delgada, como una niña antigua, con sus más de sesenta inviernos encima, pero con la espalda y la dignidad aún muy firmes sosteniendo sus pasos.
Camina sin dudarlo y sin mirar a nadie a la máquina de café de uso común en la recepción de las oficinas, se sirve la humeante bebida en una taza metálica que ella misma lleva, se sienta y lo toma sorbo a sorbo con los ojos perdidos y la mente en otro mundo.
Cuando algún oficial novato la ve ingresar a la Estación por primera vez, e intenta preguntarle algo o detenerla con un -Señora ¿En qué puedo ayudarle…?-. Sale en su defensa algún oficial veterano aplacando -Tranquilo camarada, todo bien-. Y Roberta prosigue con su ritual diario, no sin antes extender una mirada de agradecimiento al oficial que intervino.
-¿Cómo esta Carlos?-. Pregunta de manera plana, como leyendo de algún guión establecido para esas raras circunstancias en las que tiene que hablar por alguna razón.
Hace mucho que Carlos se había jubilado, ya se lo habían dicho, muchas veces, ella parecía escuchar la respuesta con atención, pero después de unos segundos sus ojos volvían a perderse y su mente se evadía otra vez de este mundo.
Aunque no era pobre o andrajosa, se notaba que sus ropas y su vida habían vivido tiempos mucho mejores, y era notorio también que no era seníl ni tonta, su mirada y sus pensamientos se perdían a propósito, y los mundos a los que se iban los escogía ella.
Los agentes más antiguos en la estación no sabían de ella más que lo necesario, que vivía cerca y que llegaba caminando, que era una persona sin maldad, que no tenía a nadie en el mundo, y que faltar a su café de la tarde era raro en extremo.
La situación a nivel mundial se vio trastornada por confinamientos y cuarentenas debido a una enfermedad respiratoria viral, lo que implicaba la posibilidad  de que Roberta, por sus muchos años, sea una de las víctimas, entonces decidieron decirle que no estaba bien que siga yendo a la estación, y que tenía que confinarse en su casa.
Pero ella seguía llegando cada tarde, incomodando cada día más a los oficiales, y a las personas presentes, pues además no llevaba ningún tipo de protección contra la enfermedad.
Intentaron decirle diferentes oficiales, y de diversas formas, Roberta parecía entender razones y escuchar, pero al día siguiente estaba cruzando la puerta a la misma hora, con su tasa metálica en la mano.
Un oficial superior que por su posición de mando había estado ajeno a las situación, escucho a un grupo de subalternos hablando al respecto, y pidió que en la tarde cuando Roberta vuelva, se lé notifique.
Lo hicieron así en cuanto vieron entrando a Roberta a la estación, el óficial superior agradeció, y parándose frente a ella le dijo con voz calmada-Señorita Roberta, tengo un encargo para usted, és de Carlos, me pidió que le diga que por favor se quede en su casa a partir de hoy, la situación es riesgosa y puede usted enfermar-.
Roberta escucho con una atención diferente, aterrizando, y mirando a los ojos de su mensajero, sin despedirse asintió con la cabeza y salió de la estación con determinación y prisa.
No volvió durante tres días.
El cuarto día, los oficiales de la recepción, tan acostumbrados a su presencia casi fantasmal, la empezaron a extrañar y se preocuparon de que algo malo le haya pasado, entonces pidieron al oficial superior, el mismo que le había dado el falso mensaje a Roberta, la dirección de su casa y autorización para ir a cerciorarse de que todo esté bien.
Este decidió ir con ellos, lo hicieron en una patrulla, tardaron pocos minutos en llegar a la casa, que no quedaba  a mas de cinco cuadras de la Estación, y encontraron a Roberta caminado hacia su puerta, empujando un carrito de bebe muy antiguo y desgastado, en el que llevaba algunas legumbres, pan y cosas que parecía haber comprado en el mercado.
El oficial de recepción, con el que Roberta tenía más confianza, le preguntó desde la patrulla -¿Cómo esta Roberta, todo bien?-. Ella respondió con un movimiento de cabeza, como asintiendo, el oficial le dijo con voz más firme -No está bien que este caminado en la calle sin protección Roberta, tiene que quedarse en casa, puede usted enfermarse-.
Si lo escuchó no dio muestras de que así fuera, entonces el oficial superior le hablo:
 -Señorita Roberta, Carlos me encargo que le diga que por favor se meta en su casa, y que tenga cuidado cuando salga para no enfermarse, que llame a este número si necesita algo y que algún óficial estafeta se encargará de traerle su café cada día.
Roberta se detuvo y esbozó una sonrisa, y hablando con mucha claridad respondió -Muchas gracias, por favor dígale a Carlos que Dios lo bendiga y que se cuide, y que así lo hare-.
Entró a su casa y cerró la puerta de madera.
Los oficiales quedaron intrigados con los hechos, y como habían sido resueltos por su oficial superior, era la segunda vez que invocando a Carlos, Roberta escuchaba el mensaje y lo obedecía.
Este no fue indiferente a sus miradas de interrogación, y contó:
Hace unos 35 años Roberta iba a casarse con su prometido, un tal Julián, ambos esperaban un bebe y las nupcias se acercaban. Era una pareja muy linda y conocidos del barrio.
Una noche entraron ladrones a su casa, por la fuerza, sometieron a Julián quien quiso defender a su futura esposa e hijo, pero los ladrones se vengaron atacando con ferocidad, matando a Julián y dejando a Roberta muy golpeada.
Ella sobrevivió después de un par de meses hospitalizada, pero el bebe no, después de un tiempo recupero su salud, pero parte de su mente y corazón se perdieron para siempre.
Nunca volvió a tener pareja que se sepa, ni a hablar más de la cuenta con nadie.
Carlos fue el oficial asignado a su caso, quien la recibía todas las tardes con un café, para contarle los avances sobre la investigación.
Roberta parecía odiar a Carlos algunos días por no darle ninguna buena noticia, ni sobre los ladrones ni sobre sus cosas robadas, y el oficial Carlos de verdad lo intentaba y sentía mucha frustración al verla cada tarde y decirle entre sorbos de café que no había ninguna novedad…Así pasaron varios meses.
No se pudo atrapar nunca a los ladrones, el caso se fue enfriando y se archivó, sin embargo Roberta no dejó de ir a la estación por razones y noticias ni un solo día, algunos días ella y Carlos no intercambiaban ninguna palabra, solo miradas que lo decían todo, y ese todo era nada, nada de novedades, nada de respuestas.
Del mismo modo la vida se le fué apagando a Roberta, primero en los colores, cada vez más opacos, luego en los pasos, cada día más lentos, y en la mirada, cada vez mas perdida…
Un par de años después, cuando ya era costumbre su presencia espectral a la misma hora, Carlos la recibió de manera diferente, la saludó y le invito el café habitual, antes de decirle nada entro a su despacho y salió con una pequeña caja de cartón, solo dijo-Por favor vea esto Roberta-. Alcanzándole la caja.
Esta la abrió con extrañeza, y empezó a sacar uno a uno los objetos que había dentro, primero una pequeña hoja de papel que parecía una lista, una sonajera, un marco de fotos que parecía de cobre, un topo dorado muy ornamentado, y por ultimo un anillo plateado, coronado con una piedra luminosa.
Roberta se quedo inmóvil sosteniendo el anillo frente a sus ojos, que recobraron su brillo, pero a la vez se cargaron de lágrimas contenidas, anegando no solo sus parpados,  también los de los oficiales que se acercaron a ver lo que ocurría.
Casi murmurando y conteniendo un escollo en la garganta, soltó un sentido ¨Gracias¨ y abrazó al corpulento policía, quien agradeció el gesto con unas palmadas en la escuálida espalda y asintiendo con la cabeza, en lo que parecía también un pedido de perdón.
Roberta se fue de la estación llevándose su caja.
Al poco tiempo Carlos fue destinado a otra estación, y a los pocos años se jubiló, Roberta no dejó de ir a la estación ni un solo día, siempre preguntaba por él y se tomaba su café en silencio sin importar las razones que le dieran...Y así hasta ahora.
Carlos es el único policía al qué hace caso y respeta, pues aunque no haya resuelto el caso del todo, entre las cosas que le devolvió en aquella caja de cartón estaba ese pequeño recuerdo que pudo sostener a Roberta después de todos estos años, aquel anillo plateado fue con el que su novio Julián pidió su mano.

EL ATRASO (Vivencia fantaseada)

EL ATRASO
Saliendo de la penumbra de aquél recinto, la luz solar me pegó como a vampiro con resáca, algunos de esos cursos y talleres deberían ser recetados para curar el insomnio… Urgía una dosis fuerte de cafeína.
La sensación de sopór era profunda, tanto que después de aquel deslumbramiento solar, que desapareció entre las sombras de edificios y arboles, perdí la noción del tiempo, era esa hora precisa en la que no hay certidumbre sobre si esta amaneciendo o anocheciendo, incluso con el efecto de remordimiento, en mi escasa conciencia,  por haber desperdiciado un día durmiendo.
Estaba con tiempo de sobra antes de una reunión con un amigo, así que decidí ir al café de todas las tardes, en la esquina de la Plaza Principal, a solo unas cuadras de distancia, y esperarlo tomando un espresso.
Además no quería perderme la sorpresa de quienes atienden el café, ni de mi amigo, por mi nueva apariencia, que pasó de ser de rockero melenudo en toda regla, a conscrípto en su primer día de enlistamiento, sin más razón que él que me diera la gana, quise un cambio, y me rapé a cero.
Entrando al café las reacciones no decepcionaron, fueron más de cuatro años de cuidadoso cultivo capilar que quedaron en el piso de aquella peluquería.
Quise sentarme en mi mesa de siempre, pero estaba ocupada, así que me senté en la barra, donde aun había un cenicero con los restos humeantes del cigarrillo de la ultima cliente, y lo sé por el hermoso carmín rojo que teñía la punta de aquella colilla.
Después de haber hecho mi orden, toda la sarta de pensamientos y fantasías que suelen atacarme en mis silencios de café y cigarrillo,  se detuvieron en seco al sentirme atravesado por una mirada.
Era una mirada penetrante, ansiosa y decidida, era casi una mordida… No era el tipo de mirada que uno intenta evitar, al contrario, daba la sensación de que lo único posible afuera de ese enfoque,  era el destierro de la muerte.
Era un hermosa mujer, que sin ningún disimulo quiso encandilarme con sus ojos, y al ser esta una novedad interesante para mí, me deje llevar a ese juego de seducción silenciosa.
Los escasos segundos que usé para endulzar mi café y probar el primer sorbo sirvieron de distracción para que aquella mujer de presa se levante, se acerque a mí sigilosa y me diga susurrando al oído -Te espero en el auto azul-.
Es increíble cómo se ralentiza el tiempo cuando la mente corre, en especial si corre tras unas hermosas caderas… Los dos o tres minutos que tardaron en cobrarme el café a medias duraron como un invierno.
El auto azul estaba a pocos pasos de la puerta del café, me acerqué y antes de entrar me cercioré de que era el correcto viendo hacia el interior, en el asiento del conductor estaba ella, aún más hermosa de cerca, y con un aroma de mujer que se metía por los poros.
Arrancó el auto y avanzó a la velocidad que le permitía el tráfico, el silencio para mi és siempre la mejor opción, pero en este caso habían demasiadas cosas calladas, y quise presentarme, ella se adelantó a este impulso deteniéndome con la mirada, y me dijo
 -Hablamos después… -. Me acaricio la rodilla y parte del muslo con una sutileza de gata, puso sus manos en el volante y arrancó.
El edificio de departamentos donde estacionamos solo estaba a unas cuadras del café, subimos en ascensor, con el silencio apenas interrumpido por nuestra respiración, y algún simulacro de sonrisa que se quedaba a medias.
Entrando al pequeño departamento en el cual lo primero que se sentía era un olor que era una peleada mezcla entre  incienso de lavanda y humo de cigarrillo, me invitó entrar a la pequeña sala, en la que había un sofá enorme, que daba la impresión de haber crecido en el lugar donde estaba, no parecía posible haber sido metido allí… Con un movimiento de bailarina hizo un giro quedando frente a mí, muy cerca, sus labios se unieron a los míos, pero no era un beso, era una presentación, como diciendo <<Aquí estamos…>> Se alejo lo apenas suficiente para decirme  -Te queda muy bien el rapado-. Giró alejandose y tomando una botella de vino que esperaba en la mesa de la sala, sirvió una copa y me la invitó.
Dijo volver en un momento y salió de la sala, quedando yo en pie, con la copa de vino en la mano y con tantas cosas en la mente como se me permitía antes de colapsár y quedár en blanco.
Me senté en el sofá después de un par de minutos de curiosear el pequeño librero que allí tenía, tomé otro sorbo de vino… Ella apareció en la puerta, desnuda por completo, esplendida,  usando apenas una especie de chall de tela translucida a modo de inverosímil abrigo, y coqueteando en el marco de la puerta como modelo de calendario antiguo.
Se me acercó con pasos medidos, y usando el chall para enlazarme por detrás de la cabeza, me haló hacia sus labios, en un beso muy intenso, pero sin dejarme parar del sofá, ella se sentó encima mío y empezó a besarme el cuello, subiendo hacia mi oreja izquierda, mientras con su mano acariciaba mi pecho e iba abriendo los botones de mi camisa uno a uno… nos fundimos uno con otra con una intensidad que da para otra historia.
Quedamos exhaustos y a medio morir en su sofá, me quedé dormido de manera profunda, pero solo unos minutos, y al despertar  ella ya no estaba a mi lado, me vi solo y desnudo en un departamento desconocido, y en una situación desconocida…Empecé a vestirme repasando los hechos en mi cabeza, aun agotado por el encuentro cuerpo a cuerpo…Al ver la hora en mi reloj noté que ya estaba atrasado para la reunión con mi amigo, así que empecé a apurarme.
Ella me sorprendió con un -Hola-. Desde la entrada a la sala, ya vestida y secándose el cabello aún mojado por la ducha que acababa de tomar, me dijo
-Dame un minuto, tengo algo más para ti-. Y empezó a marcar un número en un teléfono inalámbrico que levanto de la mesita de la sala… En aquél silencio alcancé a escuchar un par de timbrazos del otro lado de la línea, y como alguien atendió, ella dijo -Hola, soy yo…si, sigue aquí, te paso…-. Y me alcanzó el auricular.
Lo acerqué a mi oído con total incertidumbre, como si fuera a escuchar a mi misma muerte, y solo dije -¿Hola…?-. Me respondió una voz masculina desconocida por completo, diciéndome -Hermano, sé que estas pasando una mala racha con tus cosas, pero un cumpleaños es solo una vez al año, así que hay que aprovecharlo, espero que hayas disfrutado tu regalo, sé lo jodido que eres escogiendo tus minas… jajjaja, un abrazo y felicidades, nos vemos…-. Y colgó.
Lejos de aclarar un poco la situación, quedé mucho más confundido y con más interrogantes, que quizás ella podría aclarar, pero adelantándose a mis intenciones, me detuvo en seco con lo último que abría de escuchar de sus labios -Por favor vete, espero a alguien, la puerta está abierta… A sido un placer, me gustaste mucho, no te preocupes por el pago, tu amigo canceló todo…Chau-.
Decidí bajar los cinco pisos por las escaleras a modo de aclarar mi mente, y para no cruzarme con nadie en él ascensor,  lo primero que vino a colar es que mi cumpleaños distaba al menos cuatro meses en cada dirección del calendario, lo cual eliminaba la posibilidad de que se trate de algún bien intencionado pero olvidadizo amigo.
Aparte yo siempre he sido reácio a festejos de cualquier índole, y aún peor por algo tan fútil como nacer, en todo caso el festéjo tendría que haber sido para mi madre.
Lo de "Ser jodido escogiendo mis minas" Era un rotúndo no, al menos en el plano físico, así que en definitiva, no era yo a quién le hablaba el misterioso amigo.
Decidí ir al café de la plaza, por si mí amigo me esperaba aún, caminado en este mundo, pero intentando atár los cabos sueltos en aquel pequeño satélite mental en que sé convirtió ese departamento con olor a lavanda y cigarrillo.
Llegué al café y mi amigo ya no estaba allí, mi mesa de siempre estaba libre así que me senté en ella, hice mi orden y al hacerlo di un vistazo a todo el ambiente por si acaso, entonces noté lo que llenaría todas las respuestas a las interrogantes que me había estado haciendo desde la primera mirada de aquella mujer misteriosa, en la barra donde yo me había sentado antes, estaba sentado un sujeto como de mi edad, con el cenicero lleno de colillas, muy malhumorado a la vista...Y con la cabeza rapada.
Disfruté mi taza de espresso sorbo a sorbo y sonrisa a sonrisa, al terminar pedí la cuenta, y le pregunté a la mesera cuanto tiempo llevaba ahí el sujeto de la barra, me dijo que alrededor de dos horas…
Cancele la cuenta, me dirigí a la puerta conteniendo apenas una sonrisa para conmigo mismo, me arregle el cinturón y vi mi reloj, hora de ir a casa, nada de qué arrepentirse, al fin y al cabo una cosa así puede ocurrirle a cualquiera.

DOÑA JULIA (Vivencia cercana)

  Doña Julia llevaba más de siete décadas vividas en esta tierra y en esta vida, llevaba también cinco hijos, y más de una docena de nietos,...