lunes, 25 de mayo de 2020

SANDRO, EL HIJO DE TODOS (Vivencia cercana)


La luz del sol del amanecer se mete por una ventana destartalada, con un solo vidrio sano, que de todos modos hace mucho que no es transparente debido a años de hollín, polvo e historias reflejadas que la cubren por ambas caras, flanqueada por unos trapos percudidos que quizás antes fueron cortinas.
Un rayo de sol impertinente golpéa a Sandro en la cara, quien despierta balbuceando un par de improperios, que son su saludo habitual a este mundo de mierda en el que lé toco vivir.
Nadie sabe cuándo fue la última vez qué se lavo la cara, o si lo hizo alguna vez, nadie sabe su edad a ciencia cierta…Se levanta de la cama con la mismas piltrafas de ropa con las que se acostó las ultimas cien noches anteriores, y embute sus mugrientos y callosos pies en unas abarcas de goma, da los primeros pasos alejándose de las maderas unidas con clavos a modo de cama, con un colchón de paja que apesta a orines agrios y rones de ceguera instantánea.
Los primeros pasos siempre le son dolorosos, por las grietas de sus talones, que hace mucho dejaron de sangrar, pero nunca de doler, y camina mentando putas, antiguas y desconocidas…
Entender sus palabras es una hazaña en si, por los labios que le quedaron torcidos hace mucho tiempo, debido al golpe emocional que significó para él la noticia de que su madre había muerto.
Tendría quizás doce años aquella tarde en la que esperaba  en un pasillo de hospital sin saber qué hacer, ni con quien hablar, a quien pedir una razón sobre la autora de sus días, que se había desmayado mientras caminaban llegando a casa, una de las primeras casas señoriales de la transitada Alameda cochabambina, hoy llamada ¨El Prado¨, en la que vivían ambos, ella como mujer rica, educada y de sociedad, heredera de la casa y de una pequeña fortuna familiar, y él como unigénito  consentido de esta.
Del padre nunca se supo, y la madre se desvivía por darle a su retoño todo lo que este le pedía, descuidando educarlo para el mundo real y cotidiano, que no tiene ni jamás tuvo nada de maternal con hijos consentidos que de pronto se ven destetados y a oscuras.
El momento de la necrológica sobre su mamá, vestía un pantalón corto de tela ploma, con tirantes en los hombros, y una camisa blanca, medias blancas hasta las rodillas y zapatos negros de cuero, con hebillas, como se vestía todo niño bien de aquel entonces para ir a la iglesia con su mamá,  y así amaneció en la cama de hospital en la que lo pusieron para recuperarse después de que se desvaneciera en la orfandad, aquella tarde había perdido además de su madre, la capacidad de hilvanar ideas y convertirlas en palabras coherentes, era como si se hubiera olvidado de repente como hablar.
Al ser heredero único, el resto de su niñez  y juventud no tuvo carencias importantes, solo soledad, y vacio emocional por la tremenda injusticia qué le había hecho Dios, según él veía, de quitarle a la mujer de su vida, y no había día en el que no culpara ni maldijera al supremo creador por ello.

Desde muy temprano en su juventud empezó a llenar ese vacío emocional con alcohol, que conseguía por intermedio de un grupo de malvivientes que de repente aparecieron como su familia, ocupando espacios en la enorme casa, y metiéndose en su vida como termitas, del mismo modo que el alcohol, que por unos pesos prometía el olvido y la paz de unas horas, esa paz nauseabunda que solo se encuentra en el fondo de una botella.
Sandro se detuvo en el tiempo, su cuerpo adquirió proporciones de hombre, pero su mente no, nunca recupero la salud mental que le permita hablar con claridad, pero tampoco estaba desquiciado del todo. Lo que nunca pudo hacer fue entrar de manera consiente al mundo real, su mente se quedo en aquel frio pasillo de hospital, y las confusas noches entre botellas de vidrio, gritos y resacas con el aliento podrido, eran solo muchas imágenes distorsionadas en el retazo de lienzo que había quedado de su mente.
Nada dura para siempre, y pronto aquella pequeña fortuna que heredó se vio muy reducida, Sandro y su improvisada familia de malvivientes se la habían bebido.
Estos, lejos de agradecer la vivienda o las libaciones gratuitas, empezaron a ponerse violentos cuando no había plata para pagar las botellas, destruyendo poco a poco la casa, y llevándose de mucho a poco, primero los considerables valores de la casa, y luego las sobras, hasta dejarla como un esqueleto de vigas, ladrillos y estuco, con las aristas justas para no desplomarse.
Sandro se vio otra vez solo, y para colmo, sobrio, y siendo un adulto que vestía emulando la indumentaria con la que lo vestía su madre, remangándose el pantalón para que parezca corto, usando camisas de cualquier color hasta acabarlas en su cuero, y un par de tiras de rafia modo de tirantes, vestido como la última vez en la que recordaba haber sido feliz.
Aprendió a fuerza del hambre a cuidar autos por unas monedas, también a lavarlos, y a usar una gorra para protegerse del sol, que sin embargo no hacía falta por la capa de tierra amalgamada con grasa que Sandro llevaba en la piel.
También a fuerza del hambre aprendió a pronunciar algunas palabras y formar algunas oraciones, que le facilitaban la vida en el mundo real.
-¡Muñns días mami,  muñns días papi! ¡Muñns días mami,  muñns días papi! -. Va saludando o quien se le cruce en su camino mientras entra a uno de los numerosos cafés y restaurantes del Prado, llevando una botella de plástico partida por la mitad, en la que los administradores del lugar le sirven varios sobres de té y agua caliente como todas las tardes, para que continúe su trabajo limpiando los autos de los clientes del lugar.
Para el todos son mami y papi a la vez, y no pierde razón, la señora que sale a pasear a su perro y al verlo le regala una moneda, el ejecutivo que lo ignora a diario entrando a su oficina, las parejas que se incomodan con su presencia en alguna de las bancas del Prado, o la abuelita que lo mira con desprecio en su paseo de la tarde, todo le recuerda  a su madre, y para él, todos lo somos.
Nunca recibió ayuda de ninguna institución, nunca nadie pregunto si había algún pariente vivo en algún lugar, si lo hubo, nunca vino a reclamarlo, o a intentar llevarlo a un lugar mejor, donde tenga cuidados…Sandro es un huérfano rico en la miseria,  que vive de monedas y pordioses, durmiendo sus resacas en las ruinas de una mansión millonaria que hasta el día de hoy se niega a vender, quizás por no entender lo que eso significa, libando en las noches  lo poco que le queda de vida del pico de alguna botella de licor mercenario.
Sandro es un hijo de todos.


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