sábado, 23 de mayo de 2020

TRES MINUTOS (Cuento Volatil)


Diego se sorprendió al encontrar parquéo justo en frente de la galería comercial, acomodó el auto con cuidado en la calle estrecha, justo delante de una petita roja.
Al girar de manera automática la llave en el contacto, el silencio repentino del interior del coche levantó su estado de alarma, como si se encontrara frente a faroles de vigilancia hostiles…Respiró profundo para calmarse, el pequeño pino oloroso colgado del retrovisor, donde también tenía un rosario y un llavero de Homero Simpson, terminaron su péndulo con cadencia.
Diego miró como si se tratáse de un ser vivo a la mochila que tenía apoyada en el asiento del acompañante, la acomodó con cuidado, dio un vistazo a la entrada de la galería, con algunas personas entrando, otras saliendo, nada inusual para la hora.
Reviso sus bolsillos y extrajo un pequeño escapulario en forma de corazón, y lo abrió, adentro un par de fotos de niños, la suya propia, con un corte hongo y un cerquillo vergonzoso que seguía siendo la burla y el encanto a los ojos de su madre, y la de una niña de ojos enormes quien luego fuera dueña de su corazón, de sus llantos y  de sus actos, desde que descubrieron juntos el amor que existe mas allá de la inocencia infantil: Natalia.
Besó con reverencia y amor la foto de la niña, murmurando casi en un suspiro -Por ti beba...-.
 Cerró el escapulario y lo guardó, agarró la mochila que llevaba, levantándola con mucho cuidado.
Bajó del carro y cerró la puerta, teniendo el cuidado de no cerrarla con seguro, ya que no quería tardarse al abrirla en él qué había previsto, sería un  apresurado retorno.
Se puso la mochila al hombro y caminó con tranquilidad, entrando a la galería con firmeza, como un cliente curioso más, y caminó un momento de manera pausada curioseando prendas en maniquíes, fingiendo interés por uno u otro modelo. Pero mirando y acercándose a su objetivo en su recorrido, una banca de descanso justo al frente de la tienda de artesanías.
Se sentó en la banca y esperó a no tener a nadie cerca, y menos al guardia de seguridad que hacia sus paseos despreocupado por el otro lado de la larga galería, muy cerca de la entrada.
Tomó asiento en la banca, apoyando la mochila a su lado, respiró un par de segundos, hizo como que ataba las agujetas de sus zapatillas, miró a ver por dónde andaba el guardia, y al verlo del otro lado de la galería, puso la mochila en su regazo, la abrió con cuidado, varios cables unidos al mecanismo de un reloj digital, dos botellas de gaseosa llenas de una substancia gris, todo unido con cinta aislante, se sintió orgulloso de su artesanía, y también sorprendido de todo lo que puede encontrarse en internet, cuando uno busca con más intensión que la de entregar un trabajo de la universidad.
El cabron ex jefe de Natalia, dueño de la tienda de artesanía, lo había visto solo una vez hace tiempo, así que no había riesgo de que lo vea y salga a saludarlo, o siquiera de que lo reconozca, ese malnacido nunca miraba a los ojos.
Natalia tardo mucho en decirle lo que ocurría, como  usaba las excusas más ridículas para tocarla, o abrazarla, como intentaba robarle besos en cada saludo, como se había dado cuenta de las miradas cargadas de lujuria sin disimulo, mientras ella estaba distraída haciendo alguna de sus obligaciones de encargada de tienda, las veces que recibía mensajes pidiéndole verse en su casa, sin ninguna razón más que "Emergencia laboral" y como ella tuvo que tolerar todo eso por necesidad.
Pues no más, la propia artesanía que él había hecho con tanto cuidado serviría de manifiesto personal, su propia forma de decirle que con Natalia no se metía nadie.
Programó el reloj conectado al dispositivo, pensó que tres minutos serian suficientes para abandonar la galería, subirse a su carro y desaparecer en el anonimato, luego disfrutar viendo en tv como recogían los restos de la tienda con pala, y quizás a ese gordo bastardo envuelto en una bolsa.
Los números empezaron su conteo regresivo, Diego cerró la mochila y con mucho cuidado la deslizó debajo de la banca, de modo que era muy difícil verla a no ser que se buscara a propósito.
Se levantó y salió caminando de la galería, sus latidos golpeaban con tanta presión sus venas y arterias que podía sentirlos en todo su cuerpo, como una marcha triunfal, como un himno de rock clásico que iniciaba su cadencia, apenas noto los dos escalones, la acera y la pequeña calle que había que cruzar para llegar a su auto, tampoco respondió a la despedida del guardia, que le dijo un -Hasta luego señor-. en tono automático.
Se subió a su auto y el mundo pareció detenerse, no lo había notado antes pero estaba empapado de sudor, intento calmarse para girar la llave en el contacto y arrancar... La mirada se le puso un poco borrosa…Respiró profundo y bajo la ventanilla para que entre aire fresco.
Logró arrancar el auto y miró por el espejo lateral para partir, y a través de este pudo ver la entrada a la galería, y algunas personas entrando, entre ellas la visión que convirtió su sangre y sudor en hielo de manera instantánea…Natalia.
Giró rápido la cabeza para cerciorarse de que fuera ella, y no quedaba duda, esta se perdió en el umbral de la entrada entre las otras personas y los maniquíes.
Ella había conseguido otro trabajo hace unos días, y lo último que lé contó a Diego respecto a su cargo de encargada de la tienda de artesanías, fue que su jefe aún le adeudaba el pago de dos semanas.
Ponerse a pensar en razones era algo para lo que Diego no tenía tiempo alguno, bajó del carro y camino lo más rápido que pudo hacia la entrada de la galería, con las piernas respondiéndole con incertidumbre, por la mezcla entre terror y adrenalina, no quería correr ni hacer nada que levante sospechas en el guardia o en los clientes.
Entró a la galería y era obvio que Natalia se había dirigido a la tienda de artesanías, llegó a la entrada de esta y viendo a través de los cristales se consternó al ver que no estaba allí, sus latidos se detuvieron, y el sudor frio le erizó la piel, empezó a buscar en las tiendas que se encontraban a lado, y al frente, entre las personas que caminaban, entre las que se encontraban sentadas en las otras bancas y nada… ¿Cómo pudo ser? Se preguntaba si había visto mal debido a los nervios de la fuga.
No había revisado cuanto tiempo le quedaba, así que decidió que la mejor opción era desactivar el reloj detonador de su dispositivo.
Vio que en la banca donde se encontraba la mochila, había sentada una pareja, y para peor, el guardia de seguridad se encaminaba hacia él desde la entrada, sin una intención evidente, pero caminaba hacia él, así que no podía hacer nada que no hiciera un cliente normal sin que este lo notara, cada segundo parecía una eternidad, pero el tiempo no se detenía, y el miedo empezó a nublarle la razón, quedaba la opción de salir corriendo, y que pase lo que pase, pero ¿Y Natalia? Estaba seguro de que la había visto entrar.
Decidió que sacaría la mochila y la apagaría, sin importar lo que ocurra después, ni las consecuencias,  se agachó a toda prisa asustando a la pareja que se encontraba en la banca, y sacó con cuidado su preciada y peligrosa creación.
Por los nervios abrió mal la mochila, el sudor frio y su estado mental no eran para nada calmados, y detener el reloj requería de una serie de pasos precisos para que no falle, estos decidieron ausentarse de su mente, que quedó en gris, a sus manos también se les fue cualquier tipo de control que tuvieran, quedando agarrotadas, como las patas de un ave que acababa de morir.
Casi llorando alzó la vista con la intensión de respirar y aclarar por unos segundos sus acciones y poder desactivar la tragedia que se avecinaba, al hacerlo miró casi por reflejo hacia la entrada de la galería, y pudo ver con toda claridad el perfil de Natalia, saliendo de esta, y perdiéndose en el lateral de la acera, perdiéndose en la luz.
No hubo nunca en su vida un alivio tan grande, una paz tan inmensa y un silencio tan lleno de calma, todo el aire que le faltaba le regresó a los pulmones, toda la claridad a la mente, y todo el control a sus manos, recordó los pasos para detener el reloj que descontaba segundos a su destino, y lo miró para ponerse en acción,  la pequeña pantalla le mostró lo último que verían sus ojos llorosos… ¨3, 2, 1¨.










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