lunes, 15 de junio de 2020

JAVIER (Vivencia cercana)

Javier cumplía una condena de unos meses preso, por haber cometido algunos robos menores, nada en lo que alguien saliera herido más que en su economía, peleón y pendenciero desde niño, entendía la violencia como un medio más para ganarse un lugar en la vida.
Muy hábil con las manos, hacia tallados en madera con un cuchillo motoso cuya cacha era un palo, agarrándolo por la hoja, usando solo la punta, que afilaba en el piso de cemento o en la pared de piedra, y  en segundos convertía un pedazo de madera en algo muy diferente y útil, mientras hablaba, contando alguna de sus pillerías, sin perder el hilo ni en la historia ni en la talla, tomando el sol de la tarde  en el estrecho patio común de la cárcel de San Antonio.
La que fuera una astilla de madera minutos atrás era ahora el  lado derecho de una cacha de revólver, aún en bruto, pero casi perfecta en su forma, con cortes precisos y hecha sin más medidas que las que Javier parecía tener en sus manos, en una especie de memoria espacial de tacto y movimiento.
-Si se lo hago esto bien al Capitán me ayudara a salir antes-.Decía- girando y sacando trozos de madera con cortes certeros y gráciles.
-Quiero verla a mi Isabel, me está esperando desde antes de que entre aquí, tenemos que casarnos, ya iba a ser, pero me atraparon-.
- Tiene una hijita que es como mi propia hija, tiene tres años, se llama Kimberly, pero yo le digo Kimi, se lo estoy tallando una muñeca para ella, y le voy a comprar un vestido para completar, bonito va a quedar…  Ya falta poco para que salga, luego es conseguir la plata y casarme, ver algún trabajito-.
Soñaba con la pronta salida y empezar la vida que había quedado pausada por el encierro involuntario, no llegaba ni a los treinta años, y ya sus ojos habían visto más dolor que en dos vidas.
Isabel era una mujer simple y lo quería de manera honesta, pero la vida no se detuvo para ella, ya que en sus caminos diarios conoció a alguien mientras Javier estaba encerrado, quizás no mejor que él, para sus modestas posibilidades, pero qué llenaba el vacio que Javier había dejado y por donde ella sentía frio en el alma, y además  llenaba de sonrisas la carita de su pequeña Kimi.
Isabel mantuvo en secreto al otro para que Javier no se metiera en problemas dentro de la cárcel, donde no era ni de cerca una competencia para alguno de los avezados criminales y matones que la super poblaban, prefirió esperar a que salga y darle un adiós en libertad, donde al menos ella no tendría un cargo de conciencia por la relación escondida y por el dolor extra que le produciría por recibir una ruptura estando encerrado.
Pasaron los meses y por fin llego la fecha esperada en la que se abrían las puertas para Javier, quien solo tenía un alguien como destino y como tierra firme en su nuevo camino de vida por recorrer.
Isabel logro evitar verlo algunos días, se mantuvo distante y preparo el terreno para darle el punto final a su maltrecha relación.
Por fin una tarde de domingo  se vieron para  hablar, caminaron juntos, Javier dispuesto a empezar cuanto antes su vida juntos, Isabel con toda otra vida ya iniciada con alguien más, además de su pequeña hija.
Fue muy clara y honesta en lo que sentía, a pesar de haberlo querido como posible compañero de vida, esto ya no era así, y el tendría que buscar otro rumbo.
No lo humilló con palabras que denigren su hombría, ni lo disminuyó de ninguna forma, solo le dijo que la vida que habían planeado juntos no podía ser, tampoco lo insultó con la humillante verdad sobre su otro hombre, solo le aclaró que la vida le había mostrado que estar juntos hubiera sido un gran error.
Javier escuchó en silencio de muerte, cada aguja terminal que salía de la boca de Isabel, se le clavaba destruyendo de manera sistemática cada una de las ilusiones que él había construido en las tardes y noches infinitas en el presidio, y aunque buscaba en el fondo de sus párpados alguna lágrima que inspire compasión, o algún tono de voz que quizás logre quebrar la decisión de esa mujer a la que le había dedicado todo su futuro imaginario, no encontró ninguna, lo único que sintió fue un increíble amargo en la saliva al tragar y respirar antes de decir las últimas palabras que le diría esa tarde.
Con toda la calma y educación que pudo, le pidió ver una vez más a la pequeña Kimi, que él consideraba una hija, y que aunque respetaba la decisión que había tomado, le parecía una injusticia que le prive de esa despedida. Incluso por la pequeña, que de seguro lo extrañaría a él también.
Isabel no vio problema, y le pareció una petición justa, además sabía que era cierto que la pequeña también lo extrañaba, quedaron para encontrarse a los pocos días y se despidieron.
Javier llegó puntual el día acordado, tocó la puerta, e Isabel abrió, lo invitó a pasar, Javier se había arreglado lo mejor posible dentro de sus posibilidades, prestándose una camisa que le quedaba grande, y limpió sus desgastados zapatos lo mejor que pudo usando un poco de aceite de cocina y un estropajo.
Llevaba un paquete envuelto en papel periódico, Isabel lo llevó a la pequeña salita de su casa, en la que Kimi jugaba sentada en el piso sobre una manta puesta a propósito.
-¿Cómo has estado?-. Preguntó Isabel, Javier no quiso mentirle, solo la miró con una mezcla de odio y dolor en los ojos, hundidos y con ojeras muy notorias por los trasnoches anegados en lágrimas y rabia que habían pasado desde el último domingo.
-Hola Kimi, te traje algo-. Saludó a la pequeña alcanzándole el paquete que había llevado, que la niña recibió entusiasta, y lo desenvolvió con prisa, descubriendo una linda muñeca tallada en madera, con un vestido hecho con tela de cortina por él mismo, con las líneas de cortes y costura dudosa de una mano inexperta en esas artes, pero hechas con mucho cariño.
Kimi se sentó de inmediato a jugar con su nueva muñeca, uniéndola al resto de sus juguetes desparramados en el piso.
Isabel agradeció el regalo, y algo en su corazón y conciencia se ablandó, acarició el brazo de Javier, en un gesto que para él se sintió como odiosa condescendencia.
-¿Qué vas  a hacer ahora?-. Pregunto Isabel, refiriéndose al resto de la vida… Javier había estado esperando esa pregunta, no por conocerla tan bien, si no por la respuesta que él había planeado he imaginado una y otra vez en su mente durante todas las noches desde aquella tarde de domingo en la que Isabel lo arrancó de su vida, dejándolo en un vacío sin rumbo.
Se arrodilló junto a la pequeña Kimi, como para unirse a ella en su juego, y apoyo su mano en la nuca de la pequeña en un gesto cariñoso, como acariciando su cabello, alzó la mirada hasta encontrar los ojos de Isabel, y sin parpadear le dijo.
-Me quitaste todo, y yo decidí hacerte lo mismo-. Su mano bajó hasta la parte de atrás del cuello de la niña, y la agarró por delante con la otra, sus dedos fuertes y hábiles de tallador se enlazaron  entre si y empezaron a apretar el cuello frágil de la niña, que apenas pataleo y emitió un ligero quejido ante aquellas tenazas indestructibles que apretaron tan fuerte que solo se detuvieron con el ultimo crujido de sus huesos, cuando Kimi ya no era más que un bulto flácido de carne inerte que Javier soltó y dejo caer en la manta.

Durante los segundos que apretaba la garganta de Kimi, nada conmovió la mirada perdida de Javier, o su semblante frio y con los ojos hundidos y trasnochados, ni los estertores desgarradores de Isabel, ni sus golpes y arañazos de impotencia llorando a gritos a su hija muerta, Javier solo soltó a  la niña y se paró a contemplar lo que acababa de hacer, y se quedó esperando inmóvil  la vida de encierro que habría de reiniciar esa misma tarde y sería la misma durante cada día hasta su muerte, usando la misma camisa prestada de aquella tarde y los mismos zapatos desgastados, tomando el sol vespertino sin más vista que la pared de piedra y el piso de cemento del patio común de la cárcel.

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