Javier cumplía una condena de unos meses
preso, por haber cometido algunos robos menores, nada en lo que alguien saliera
herido más que en su economía, peleón y pendenciero desde niño, entendía la
violencia como un medio más para ganarse un lugar en la vida.
Muy hábil con las manos, hacia tallados en
madera con un cuchillo motoso cuya cacha era un palo, agarrándolo por la hoja,
usando solo la punta, que afilaba en el piso de cemento o en la pared de
piedra, y en segundos convertía un
pedazo de madera en algo muy diferente y útil, mientras hablaba, contando
alguna de sus pillerías, sin perder el hilo ni en la historia ni en la talla,
tomando el sol de la tarde en el
estrecho patio común de la cárcel de San Antonio.
La que fuera una astilla de madera minutos
atrás era ahora el lado derecho de una
cacha de revólver, aún en bruto, pero casi perfecta en su forma, con cortes
precisos y hecha sin más medidas que las que Javier parecía tener en sus manos,
en una especie de memoria espacial de tacto y movimiento.
-Si se lo hago esto bien al Capitán me ayudara
a salir antes-.Decía- girando y sacando trozos de madera con cortes certeros y
gráciles.
-Quiero verla a mi Isabel, me está esperando
desde antes de que entre aquí, tenemos que casarnos, ya iba a ser, pero me
atraparon-.
- Tiene una hijita que es como mi propia hija,
tiene tres años, se llama Kimberly, pero yo le digo Kimi, se lo estoy tallando
una muñeca para ella, y le voy a comprar un vestido para completar, bonito va a
quedar… Ya falta poco para que salga,
luego es conseguir la plata y casarme, ver algún trabajito-.
Soñaba con la pronta salida y empezar la vida
que había quedado pausada por el encierro involuntario, no llegaba ni a los
treinta años, y ya sus ojos habían visto más dolor que en dos vidas.
Isabel era una mujer simple y lo quería de
manera honesta, pero la vida no se detuvo para ella, ya que en sus caminos diarios
conoció a alguien mientras Javier estaba encerrado, quizás no mejor que él,
para sus modestas posibilidades, pero qué llenaba el vacio que Javier había
dejado y por donde ella sentía frio en el alma, y además llenaba de sonrisas la carita de su pequeña
Kimi.
Isabel mantuvo en secreto al otro para que
Javier no se metiera en problemas dentro de la cárcel, donde no era ni de cerca
una competencia para alguno de los avezados criminales y matones que la
super poblaban, prefirió esperar a que salga y darle un adiós en libertad, donde
al menos ella no tendría un cargo de conciencia por la relación escondida y por
el dolor extra que le produciría por recibir una ruptura estando encerrado.
Pasaron los meses y por fin llego la fecha
esperada en la que se abrían las puertas para Javier, quien solo tenía un
alguien como destino y como tierra firme en su nuevo camino de vida por recorrer.
Isabel logro evitar verlo algunos días, se
mantuvo distante y preparo el terreno para darle el punto final a su maltrecha
relación.
Por fin una tarde de domingo se vieron para hablar, caminaron juntos, Javier dispuesto a
empezar cuanto antes su vida juntos, Isabel con toda otra vida ya iniciada con
alguien más, además de su pequeña hija.
Fue muy clara y honesta en lo que sentía, a
pesar de haberlo querido como posible compañero de vida, esto ya no era así, y
el tendría que buscar otro rumbo.
No lo humilló con palabras que denigren su
hombría, ni lo disminuyó de ninguna forma, solo le dijo que la vida que habían
planeado juntos no podía ser, tampoco lo insultó con la humillante verdad sobre
su otro hombre, solo le aclaró que la vida le había mostrado que estar juntos hubiera
sido un gran error.
Javier escuchó en silencio de muerte, cada
aguja terminal que salía de la boca de Isabel, se le clavaba destruyendo de
manera sistemática cada una de las ilusiones que él había construido en las
tardes y noches infinitas en el presidio, y aunque buscaba en el fondo de sus
párpados alguna lágrima que inspire compasión, o algún tono de voz que quizás logre
quebrar la decisión de esa mujer a la que le había dedicado todo su futuro
imaginario, no encontró ninguna, lo único que sintió fue un increíble amargo en
la saliva al tragar y respirar antes de decir las últimas palabras que le diría
esa tarde.
Con toda la calma y educación que pudo, le
pidió ver una vez más a la pequeña Kimi, que él consideraba una hija, y que aunque
respetaba la decisión que había tomado, le parecía una injusticia que le prive
de esa despedida. Incluso por la pequeña, que de seguro lo extrañaría a él
también.
Isabel no vio problema, y le pareció una
petición justa, además sabía que era cierto que la pequeña también lo
extrañaba, quedaron para encontrarse a los pocos días y se despidieron.
Javier llegó puntual el día acordado, tocó la
puerta, e Isabel abrió, lo invitó a pasar, Javier se había arreglado lo mejor
posible dentro de sus posibilidades, prestándose una camisa que le quedaba
grande, y limpió sus desgastados zapatos lo mejor que pudo usando un poco de
aceite de cocina y un estropajo.
Llevaba un paquete envuelto en papel
periódico, Isabel lo llevó a la pequeña salita de su casa, en la que Kimi
jugaba sentada en el piso sobre una manta puesta a propósito.
-¿Cómo has estado?-. Preguntó Isabel, Javier
no quiso mentirle, solo la miró con una mezcla de odio y dolor en los ojos,
hundidos y con ojeras muy notorias por los trasnoches anegados en lágrimas y
rabia que habían pasado desde el último domingo.
-Hola Kimi, te traje algo-. Saludó a la
pequeña alcanzándole el paquete que había llevado, que la niña recibió
entusiasta, y lo desenvolvió con prisa, descubriendo una linda muñeca tallada
en madera, con un vestido hecho con tela de cortina por él mismo, con las líneas
de cortes y costura dudosa de una mano inexperta en esas artes, pero hechas con
mucho cariño.
Kimi se sentó de inmediato a jugar con su
nueva muñeca, uniéndola al resto de sus juguetes desparramados en el piso.
Isabel agradeció el regalo, y algo en su
corazón y conciencia se ablandó, acarició el brazo de Javier, en un gesto que
para él se sintió como odiosa condescendencia.
-¿Qué vas
a hacer ahora?-. Pregunto Isabel, refiriéndose al resto de la vida…
Javier había estado esperando esa pregunta, no por conocerla tan bien, si no
por la respuesta que él había planeado he imaginado una y otra vez en su mente
durante todas las noches desde aquella tarde de domingo en la que Isabel lo
arrancó de su vida, dejándolo en un vacío sin rumbo.
Se arrodilló junto a la pequeña Kimi, como
para unirse a ella en su juego, y apoyo su mano en la nuca de la pequeña en un
gesto cariñoso, como acariciando su cabello, alzó la mirada hasta encontrar los
ojos de Isabel, y sin parpadear le dijo.
-Me quitaste todo, y yo decidí hacerte lo
mismo-. Su mano bajó hasta la parte de atrás del cuello de la niña, y la agarró
por delante con la otra, sus dedos fuertes y hábiles de tallador se enlazaron entre si y empezaron a apretar el cuello
frágil de la niña, que apenas pataleo y emitió un ligero quejido ante aquellas
tenazas indestructibles que apretaron tan fuerte que solo se detuvieron con el
ultimo crujido de sus huesos, cuando Kimi ya no era más que un bulto flácido de
carne inerte que Javier soltó y dejo caer en la manta.
Durante los segundos que apretaba la garganta
de Kimi, nada conmovió la mirada perdida de Javier, o su semblante frio y con
los ojos hundidos y trasnochados, ni los estertores desgarradores de Isabel, ni
sus golpes y arañazos de impotencia llorando a gritos a su hija muerta, Javier
solo soltó a la niña y se paró a contemplar
lo que acababa de hacer, y se quedó esperando inmóvil la vida de encierro que habría de reiniciar
esa misma tarde y sería la misma durante cada día hasta su muerte, usando la
misma camisa prestada de aquella tarde y los mismos zapatos desgastados,
tomando el sol vespertino sin más vista que la pared de piedra y el piso de
cemento del patio común de la cárcel.
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