lunes, 8 de junio de 2020

LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN (Vivencia infantil)


-Te pareces al actor de la novela brasilera, esa que da en la tv, ¿Has visto?-. Me decía mirándome con una sonrisa y sus ojitos brillantes de ancianita recién nacida, sentada en su mecedora de toda la vida, con su manos menudas, inquietas y arrugadas, apoyadas en la manta tejida que abrigaba su falda, que al tacto se sentían suaves como el papel y tibias.
- No abuelita, no la he visto, pero gracias, debe ser muy guapo ese actor-. Le decía en tono de broma, pero los pocos segundos que tardaba en pronunciar la oración, sus ojos se perdían otra vez, y no volvían más que en contadas y cada vez más distantes oportunidades.
-¿Estás bien abuelita?-. Le preguntaba por su comodidad, pero ella ya no estaba ahí, su mente se perdía en destinos azarosos contra los cuales luchaba desde años atrás, y no era para menos, a solo una pedrada de distancia retrocediendo en el tiempo era una mujer que parecía no tener descanso nunca, menuda e inquieta, con un mandil atado a la cintura siempre, no dejaba mueble, adorno o nieto sin su limpieza y pulido correspondiente, desde su cocina, que parecía ser el centro del universo familiar, donde ella era la reina absoluta, y desde la cual ordenaba y  hacía y deshacía el mundo, pelando y cortando unas papas con un pequeño cuchillo en las manos mientras un aura de vapores de cocción la envolvía a ella y a las hijas que ayudaban con las labores.
Reina de su casa y de su numerosa familia, desde su bautizo, abuelita Regina para todos, Abue Regis para los muchos nietos en jerga familiar de cariño.
Los infinitos y hermosos hilos ondulados que cubrían su cabeza eran como un trenzado de olas de plata, tan finos y suaves al tacto que parecían inmateriales, sus gruesos lentes de lectura que ya parecían parte del rostro y su sonrisa tierna para con sus hijos y nietos que, para ella, eran un motivo de alegría siempre.
Nunca respondía la pregunta, solo miraba como una bebe a la que se le habla y entiende, pero no es capaz de responder, no encuentra las palabras, o solo no las sabe…Ella las sabia, pero se le escapaban y le jugaban bromas, y decía algo que no era, también confundía caras e historias, que sus hijos y nietos tenían que descifrar como si fuera un código secreto para entenderla y darle lo que le hacía falta, o solo para seguirle las charlas, que necesitaba tener, y que le dolía no poder hacerlas, tenía conciencia de lo que le pasaba y sus silencios confundidos no podían callar las elocuentes expresiones de su rostro, las lagrimas que derramo muchas veces por la impotencia de no poder hacerse entender, también fueron distanciándose cada vez más.
Una de las fechas importantes en mi niñez eran mis cumpleaños, y eran aún más especiales por que recibía de ella mi postre favorito de aquel entonces, sus deliciosas manzanas rellenas al horno, aquellas frutas verdes y acarameladas por el azúcar derretido en su interior y ablandadas por el calor, son de los insistentes sabores y nostalgias de mi niñez que no volví a probar nunca más, por no venir de sus manos.
Cuando iba a decir algo buscaba la mirada del que esté presente, y con mucho esfuerzo armaba una o dos oraciones, con su boquita sin dientes, luchaba por decir algo coherente, y al no lograrlo se callaba otra vez…Pero habían ocasiones, en las que por estar rodeada de sus hijos y nietos, lograba tener lucidez por un periodo más largo, y disfrutaba de esos espacios como un regalo efímero, riendo y rematando alguna broma.
Siempre me pudo la curiosidad, y una de esas pocas ocasiones en las que pude notar  mayor claridad en sus ideas, me atreví  a preguntar qué es lo que sentía en su cabecita.
-¿Estoy mal no papito? Ya no sé escribir… ¿Estoy mal…? Te pareces a ese actor brasilero-.
Me dijo bajando la mirada como buscando algo en el suelo, pero en realidad era una búsqueda en su interior, tratando de enlazar sus ideas tanto en texto hablado como en el tiempo, y se esforzaba de verdad…Parecía un esfuerzo físico.
-Tijeras, cuando córtan el periódico ¿Has visto? O la Biblia…-. Sus palabras parecían no tener sentido en el momento –Tijeras, las que cortan mal…Esas fotos del cajón-.
Luego hizo silencio y sus ojitos se perdieron en el vacio otra vez, en el momento no tenía ningún sentido lo que me había dicho, excepto la parte de las fotos del cajón, en la familia habían un montón de fotografías que eran guardadas sin ningún orden en uno de los cajones de un mueble de la sala, y hacia mucho que nadie las había sacado para nada.
Fui a revisar aquel cajón y entre las primeras fotos que estaban encima de la pila, habían algunas que habían sido cortadas, pero sin ningún sentido, por las esquinas, en curva, cercenando muchas veces la imagen de alguno de los protagonistas de la foto, alguna tía, primo o prima o nieto, haciendo que algunos queden irreconocibles, a no ser que se tenga la parte que había sido cortada.
Averiguando supe que la poda fotográfica había sido perpetrada por uno de los traviesos nietos de la familia, que aprovechando un descuido encontró en el cajón un sinfín de imágenes de colores que requerían su toque de maestro peluquero.
Pero entonces entendí lo que quiso decirme mi abuelita con esa última conversación, el mal mental que tenia y contra el que peleaba sin pausa, era como una tijera, que iba cortando sin ningún orden las palabras de las páginas de su vida, dejando trozos incompletos, también iba cortando rostros de las fotografías en sus recuerdos, y nunca más los volvía a armar, dejaba sus muchas historias y su mente cercenada y sin ningún sentido ni para ella ni para nadie, un cuaderno de travesuras infantil, garabatos multicolores que no llevan a ningún lugar, ni narran ninguna historia, una biblia escrita en un lenguaje desconocido y en trozos.
Después de darme esa respuesta, volvió a perderse en el mar infinito y desconocido de su cansada mente, y aquella tarde no volvió a hablar más.
A los pocos días alguien llamó a casa y pude escuchar cómo en la llamada atendida por uno de mis hermanos, le decían que la abuelita se había dormido la noche anterior y que no había despertado en la mañana, ni lo haría nunca más.

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