¿Quizás un poco más de negro por aquí, tú
crees? Le preguntó Ivan a Alvaro, quien respondió que le parecía muy bien,
ambos arrodillados en el piso con sus jardineras de jean azul, manchas de
pintura negra en la cara, en la ropa y en las manos, y continuaron su auto
impuesto trabajo de pintores.
Más temprano ese día habían estado jugando en
el patio, como lo hacían cada tarde, e Ivan descubrió entre los cachivaches acomodados
en un rincón del jardín, un pedazo de soga plástica azul, muy gruesa, casi del
grosor de sus brazos, el pedazo de soga media un medio metro, y tenía un nudo
apretado en medio, no habían rastro del
origen de aquel retazo trenzado, ni su uso, sin embargo la prolífica
imaginación del niño vio de inmediato algunas posibilidades divertidas.
La soga estaba algo deshilada en ambas puntas,
así que Ivan vio en ella unas sendas brochas de pintor, procurándose con mucho
sigilo un cuchillo de la cocina, partió la soga en dos, he hizo dos brochas,
una para él y otra para Álvaro, ayudándolo a deshilar un poco la punta para que
sea un poco mejor, ambos empezaron a buscar un lienzo para empezar su trabajo,
y aunque a un principio no tenían más que su imaginación, cambiaron de color
toda la pared del jardín.
Sin embargo Ivan recordó que uno de los amigos
de la familia había estado trabajando con pinturas los días pasados, y que
seguro alguna lata habría quedado descuidada por ahí, o guardada en algún lugar
de la casa, así que empezó la pesquisa, que no tardo en dar resultados, muy
cerca de la casa del perro recién pintada, habían varias latas de pintura, casi
todas vacías y secas, pero tuvieron la suerte de encontrar una cerrada que
tenia sonido liquido adentro.
Con mucho esfuerzo y la ayuda de unos clavos y
un destornillador, lograron abrir la lata, que tenía más o menos una mitad llena
de brillante pintura negra, con ese olor oleoso y agradable.
Decidieron que pintarían la moto Vespa de su
papa, hacia un tiempo que la motito había estado juntando polvo en un rincón
del jardín, y su color verde agua hacia mucho que necesitaba un retoque, pues
estaba opaco y lleno de grietas.
Además pensaron que su papá quedaría encantado
con la motito recién pintada y flamante…Se pusieron manos a la obra.
Notaron que no era nada fácil usar pintura de
verdad con sus brochas plásticas de soga, la pintura apenas se untaba, y al
pasarla por los carenados de la moto, resbalaba por el polvo acumulado encima,
haciendo muy dificultoso el trabajo, que fueron solucionado primero limpiando
con sus manos la superficie polvorienta, y luego pintando…Sin embargo tampoco
lograban un color solido, la brocha dejaba muchas rayas negras, pero no cubría
el verde agua original, no importaba cuantas manos le den a su lienzo, no
lograban cubrir más que pequeños pedazos, a modo de lunares borroneados en los
guardafangos y laterales de aquella pequeña maquina italiana.
El proceso los cubría de pintura más a ellos
que a la moto, en cada inmersión de las brochas manchaban todo a la redonda, el
piso, sus pantalones, sus zapatos, sus manos que muchas veces quedaron
sumergidas en la pintura junto con la brocha, sus caras y sus cabellos.
Estaban muy absortos en su laborioso trabajo
cuando fueron descubiertos por su mamá, quien sospechó por el prolongado
silencio que algo no andaba bien con los pequeños rapaces, en la casa un
silencio prolongado solo podía significar una travesura épica, y así lo fue, tanto
que solo fue opacada por la tremenda azotaina que recibieron los diligentes
pintores por su bien intencionada obra de arte pictórico, después de haber sido
zambullidos y refregados a conciencia en
agua jabonosa hasta tener de nuevo su color nativo.
Al poco tiempo el papa vendió la pequeña y
atigrada Vespa, y de manera paulatina se fue perdiendo en la memorabilia
familiar, lo que jamas olvidaron los pequeños Picasso, fue la histórica paliza.
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